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Alguien más se lo puede preguntar

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Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Sobre la confianza

Programa emitido en mayo de 2003

Nos dice Freud:

La confianza del paciente hace muy agradable nuestro primer contacto con él, y le damos, por ella, las más rendidas gracias. pero al mismo tiempo le advertimos también que tan favorable disposición se estrellará seguramente contra las primeras dificultades emergentes en el tratamiento. Al escéptico le decimos que el análisis no precisa de la confianza del analizado y que, por tanto, puede mostrarse todo lo desconfiado que le plazca, sin que por nuestra parte hayamos de atribuir su actitud a un defecto de su capacidad de juicio

Como psicoanalistas, tenemos una sana desconfianza ante el paciente y su material, sabemos que el paciente siempre miente, que viene a buscar un modo de vivir sin tanta angustia o un modo para resolver sus problemas.

Esto no ataca la buena voluntad del paciente, lo protege de algo que produce más daño que lo vivido, lo incluye en esa verdad a medias. Dice Lacan al respecto, en su seminario 11, Pero el psicoanálisis nos muestra, sobretodo en la fase de partida, que lo que más limita la confianza del paciente, su entrega a la regla analítica, es la amenaza de que el psicoanalista sea engañado por él.

El analista, ese sujeto supuesto saber, debe su supuesto a la no ingenuidad de su escucha. Exentos de culpa, los pacientes no cargan con el peso de engañar o traicionar la confianza del analista, no hay ilusión ni desilusión más que de sí mismo, librados a su propio ser, el otro deja de ser un objeto persecutorio, para ser el que permite este juego de saberes.

Citamos a Freud: No saben que les traemos la peste, la peste subversiva, dirá Lacan. Algo se repite en nuestra vida intelectual de tanto en tanto, periódico ritual de catalepsia social, empollando el misticismo reseco, alegría gris de bestiales ciudades en ruinas, nosocomios tiranos de esa realidad comercial que todavía se sigue llamando cultura.

Nosotros, los psicoanalistas, y nuestra peste, deudores de imprudencias, incomodamos en la medida que el psicoanálisis logra que un sujeto pierda la confianza en su pensa–miento, logra que diga lo que ignora que sabe.

Pero cabe distinguir psicoanálisis de psicología moderna, dado que, como decíamos, de tanto en tanto, el psicoanálisis es declarado demodé, superado, finalmente muerto y enterrado por el marketing de terapias breves que ofrecen paraísos al alcance de todos, rápidos senderos al alivio.

La estrategia usada se basa en tres puntos fundamentales:

  1. Alguna revelación sobre la conducta personal o científica de Freud que pone en tela de juicio su idoneidad. Revelaciones des–reveladas y desveladas para hacer juicio de valor allí donde la pasión primordial del humano se juega. Nos referimos, al decir de Lacan, a su pasión por la ignorancia. Ignorancia que, las más de las veces, se sostiene en completudes que alternan certezas inciertas para el desconocimiento de la verdad nunca descorrida en su velamen de supuestos.
  2. Las dudas sobre la eficacia de la técnica del psicoanálisis y la larga estancia temporal en el diván. Se afirman estas dudas con noticias de grandes descubrimientos en biología, deseo de mágicos resortes, tecnocracia que supura poder viscoso, pedacitos de la mente ofrecidos como chivo expiatorio para la satisfacción de mediocres y suculentos empachos de posdatada libertad.
  3. El rechazo del estatuto científico del psicoanálisis. Se lo considera en exceso creativo y literario, no pudiendo establecer claras relaciones causales.

Toda la psicología moderna dice Lacan trata de construir las condiciones que hagan posible el sujeto que corresponde a una sociedad dominada por la acumulación del capitalToda la psicología moderna está hecha para explicar cómo un ser humano puede conducirse en la estructura capitalista.

La propuesta del psicoanálisis es adquirir la confianza y la valentía de atreverse a la empresa interna de perder la confianza en el propio razona–miento, ese que nos miente des–caradamente, nos hace perder en el espejo lo propio, ese vacío encerrado en lo que nos acecha sorpresivamente.

Ampararse de los desaciertos de esos estado de ánimo, ese afecto que afecta el cuerpo y el alma, eso engañoso en la medida que su causa se confunde con el objeto que nos afecta, ese al que va dirigido nuestro afecto.

Convocatoria de esa incomodidad que los psicoanalistas, esos recién llegados, proponen al extirpar las amarras a esos amores desmedidos, esas pasiones truculentas que hacen años interminables y muertes lentas.

Pero volvamos a la acepción de la palabra que nos convoca:

Confianza (de confiar) 1 f. Esperanza firme que se tiene de una persona o cosa. 2 Seguridad que uno tiene en sí mismo. 3 Presunción y vana opinión de sí mismo. 4 Familiaridad en el trato, a veces excesiva: de ~, [pers.] con quien se tiene trato familiar; [pers.] en quien se puede confiar; [cosas] que poseen las cualidades recomendables para su fin; en ~, confiadamente. 5 Ánimo, aliento, vigor. 6 Pacto hecho ocultamente, pralte. si son tratantes o del comercio.

Confiar (l. v. confidare ;<– l. confidere) 1 tr. Depositar en uno sin más seguridad que la buena fe [la hacienda, un secreto, etc.]. 2 p. ext. Poner al cuidado de uno [un negocio]: le confiaron la dirección de la obra. 3 Dar confianza o esperanza [a uno]: tus favores me confían. – 4 intr.–prnl. Esperar con firmeza y seguridad: ~ en la prosperidad; ~ de sí mismo; ~ de, o en, alguno; yo me confío en usted.

Buena fe, cuidado… Seguridad en el otro o en uno mismo… Recortes que nos llevan de la mano hacia cierta relación con el saber… con el saber ser, con el saber hacer…

Para ello, la mirada encuentra sus bases en la Ley… en cierto límite que determina que el cuidado de uno o de sus cosas estará asegurado.

¿A quiénes les tenemos confianza? A aquellas personas que, de algún modo, nos han demostrado que no harán traición de nuestra entrega. A aquellas personas que, de alguna manera, no nos herirán.

Pero hay otra lectura… con–fianza…

fianza (de fiar). 1 f. Obligación que uno contrae de hacer aquello a que otro se ha obligado, en el caso de que éste no lo cumpla. 2 Fiador (persona). 3 Prenda que uno da en seguridad del buen cumplimiento de su obligación o compromiso.

fiar (l. v. *fidare ;<– l. fidere)

1 tr. Asegurar uno que otro cumplirá [lo que promete], obligándose, en caso de que no lo haga, a satisfacer por él. 2 Confiar a alguien [alguna cosa]: le he fiado mis bienes; ~ un secreto. 3 Vender [alguna cosa] sin tomar el precio de contado. – 4 intr. Confiar: fío en Dios que me socorrerá; ~ en sí. – 5 prnl. Poner la confianza en alguno: me fío de mi amigo; me fío a mi amigo. –

Una lectura que suma la obligación de cumplir con una promesa. Es decir, confiamos en aquel que nos garantiza que cumplirá con cierto modelo de conducta, con cierto modo de proceder.

La confiabilidad implica consistencia respecto de los resultados obtenidos, dicen los matemáticos.

Y, los que no lo son, se basan, también, en esta definición… donde el resultado obtenido se abraza al deseo del sujeto…

Pero, fíjense, para aferrar mejor lo que quiero decir, de una manera general puede decirse que en la vida, las personas que, como habitualmente se dice, inspiran confianza, son personas que precisamente sentimos deseantes, pero de un deseo que para ellas mismas sigue siendo, diría, enigmático, velado, y se aprecia que el objeto de su deseo también les es enigmático, y por el contrario, aquellas personas que inspiran un juicio ético de eventual desconfianza, esas personas que nos hacen decir: es un hipócrita, un falso, o es un ambicioso, y en general, términos más o menos parecidos, son precisamente aquellas personas que no desconocen el objeto de su deseo y que pueden descifrarlo con toda precisión, incluso diría que aquello que nos inquieta en ellos, es que la voz de la fantasía (fantasme) es en ellos tan fuerte que no habría esperanza para la voz… (Lacan)… propia, diríamos.

Entonces, la voz… es lo que nos da, el otro, como prenda, en seguridad del buen cumplimiento de su obligación o compromiso. La voz, nada menos asible, nada más confiable… Su voz, en la letra de su ética.

Para concluir un tema tan complejo, un tema que nos arroja al vacío, un saber hacer con ese vacío, fallido intento de confiar en primer lugar en la posibilidad de decir soy yosoy lo que soy para otros, inscripto en la red de un gran Otro, en la medida en que poseo una existencia socio–simbólica; fuera de esta existencia inscripta no soy nada, nada más que un punto evanescente del Pienso, vacío de todo contenido positivo. Sin embargo estoy embargado, dado que Soy yo el que piensa, identidad mínima del sujeto pensante…

Complejo tema… una frase de Ludwig Wittgenstein:

Cuando digo yo siento dolor, no señalo a una persona que siente dolor, dado que en cierto sentido no sé en absoluto quién siente dolor… No dije que tal o cual persona siente dolor, sino yo siento

La palabra yo no significa lo mismo que Ludwig Wittgenstein, aún si yo soy Ludwig Wittgenstein.

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