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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

La motivación

Programa emitido en septiembre de 2003

Motivación, estímulo, provocación… Eso ha sido esta Selva sin párpados… la última nouvelle de Jeanne Ponté que se ha presentado en la Fundación C.E.P., la semana pasada… Provocación a más palabras… a palabras tales como éstas: Esta vez, se tratará de hablar de cierta intimidad, de la mía, de la del libro, de la que se hilvana con esta letra recién llegada de la selva, de Jeanne Ponté. Y, hablar de intimidad, es confesar lo que, desde siempre, el sujeto humano, quiere dejar escondido, para des-velarlo sólo en momentos elegidos. En este caso, se podría decir, el libro es ese momento elegido, donde los personajes se desvisten de la lógica social, prolija, de la que es para los ojos de los otros, y confiesa… Confiesa con esas palabras raras… las que se reúnen de manera no habitual, las que aderezan con sorpresa un relato vital.

La inadecuación suele ser la tarea de la sorpresa. Tal vez, destinada a liberarse con esas palabras raras… hacedoras de la confusión y, desde allí, también, del salto poético. La mujer se fue, dejó el cielo del oprobio, para merodear como pantera en busca de su presa, carne fresca, para hurguetear el ventisquero de las utopías.… dice Jeanne… No hay venganza, no hay rencor para con el resto de las vidas, las otras, las que vive uno, también… En todo caso hay voracidad. Voracidad por vidas como éstas… Donde hay la rara descripción de una princesa imposible, la 'rara' descripción de un hombre con demasiadas raíces, de una joven, demasiado vacía de ellas. Donde hay la rareza, en todo caso, que necesita este mundo para ser menos mediocre. La rareza de un amor que sólo puede ser con-movido por una letra sobre papel de seda… Es decir, escrito en la propia piel, con la propia sangre.

Así, estas vidas, enunciadas de un modo oblicuo, perduran en la memoria del lector, no por los gestos que son, sino por esa desnudez vestida de humanidad. Puesta en El, en ese que agota las cosas, no huye., esa manera hinca su diente en todos los personajes… porque la mano de Jeanne, así, lo impone. Por ello, la religiosidad del acto de comulgar con sus detrás se hace posible. Porque no hay dudas, como no las hay en la boca de la niña… Porque Escribir… es como matar, es como descuartizar la realidad para ver las vísceras.

Y, desde las vísceras es que se nos presenta esta selva, que es textura verde… Textura extrema de bordes agudos, de vacíos empapados de aire espeso… Textura de árboles-piel de historia, con lianas-voz de heridas, con el aullido del deseo hecho garra de usurpar lo que le pertenece. Y, también, con metáforas ardientes pobladas de sucesos que vuelcan diabólicas parábolas sobre el mundo personal que nunca hace la historia. Porque, retomando la noción de intimidad, lo que se juega en la historia de un relato es diferente de lo íntimo.

La palabra intimidad alude a una zona reservada. A la confianza, a la familiaridad. A la de más adentro de todo. Es decir, alude a lo que cada uno hace con su soledad. Y, de lo que puede hacerse, he aquí una señal… Esa familiaridad y esa extranjeridad que luchan por ganar la vida del sujeto hacen, quizás, uno de los ejes con los que puede mirarse la selva, esta selva… donde la brutalidad de una familia, la de los Stein, hace contrapartida del deslizamiento arrojado de dos que no hacen par, que hacen poesía…

Como hace poesía Jeanne, en cada dibujo de su sangre por la selva. Donde su trazo no deja de ser marca de observación y riqueza, de materia a desplegar en noches de hacer la sabiduría y de matices en vuelo con ancestros arañando las matas espesas de la vida.

Como hace poesía su marcha, desventurada y valerosa, por una textura propia que no abandona sutilezas ni evita denuncias. Que no alardea de encuentros propicios ni de gratificaciones equilibradas, sino que va… Que va, también, hacia nosotros… hacia esos sectores que arrancan escándalos en el corazón… Como dice Ella: Acá ellos olvidan todo, la hembra, la producción, sólo se trata de guerra, lujuria de lucha libre contra el cielo del horror.

Porque, allí, en los montes -como en su lectura-, no hay espacio para disfraces, para máscaras, para vestimentas superfluas… sólo hay el lugar de la más desvastada variedad de reales registros… como lanzas, interesando los tendones de lo humano… como hojas de un bisturí, disecando los planos de la vida…

Comencé diciendo hablar de cierta intimidad, de la mía, de la del libro… Esa es otra de las vertientes, si uno quiere dejarse tocar por las letras… No hay manera de no ver, en ellos, a uno… Uno que podría balbucear, también, al llegar a París… Me sentí más que humana. Me estabas amando. Y, desde la selva a París, la fuerte presencia de Ella perfuma, con irremediable armonía, todo el pasaje… Así, en abanico sin destilar, hay ganancia de cierto decir de mujer… Dadora en deuda, siempre en deuda… la del olvido, la del desalojo…

También, mujer impiadosa, que no es detalle, que hace cauce para estar con ella. Es eso, o lo que no hace claridad o lo que ilumina hasta el horror… o lo que mantiene el vacío o lo que lo enloquece. … pechos sin perdón.

Una frase a medias en medio de la selva… En los libros, eso es lo que pasa… se escribe todo pero no para decir todo. Se escribe todo para hacer polvo la letra y dejar intacto un decir. Y, a cada uno, el suyo… Tal vez, los libros, también, sean eso, los extremos… desde donde, si se quiere, se puede saltar al mundo… o caer en la selva. O sean las otras cosas, las que no son paa perdonar. Esos detalles. Esos pequeños detalles…

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