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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

El reconocimiento

Programa emitido en febrero de 2003

Reconocer qué? Reconocerse en qué?
...el reconocimiento exige fundarse en una alteridad”, dice Lacan. (‘Alteridad’ significa ‘condición de ser otro.) Entonces, para partir desde algún lugar, elegiremos el Espejo que, desde la teoría psicoanalítica, es el lugar desde donde podemos dar cuenta del progreso y la captura. El fenómeno, consistente en el reconocimiento, por el niño, de su imagen en el espejo, es un hito en la constitución del ser humano. Este llamado ‘Estadio del espejo’ tiene lugar entre los seis y los dieciocho meses, mientras el sujeto es inmaduro, neurológicamente. En el tiempo anterior a esta fase, el niño se vive como despedazado, no hace ninguna diferencia entre, por ejemplo, su cuerpo y el de su madre, entre él y el mundo exterior.

Luego, el niño, sostenido por su madre, reconocerá su imagen. Y, efectivamente, se lo puede ver observándose en el espejo y volviéndose para mirar lo reflejado. Su mímica y su júbilo dan cuenta de esa especie de reconocimiento de su imagen en el espejo.
Se puede, entonces, decir que es la imagen especular la que le da al niño la forma intuitiva de su cuerpo, así como la noción de la relación de su cuerpo con la realidad circundante. El niño va a anticipar imaginariamente la forma total de su cuerpo: El sujeto se ve duplicado: se ve como constituido por la imagen reflejada, momentánea, precaria... se imagina hombre sólo a partir de que se imagina. (Lacan)

Pero lo que es esencial en el triunfo de la asunción de la imagen del cuerpo en el espejo es que el niño sostenido por su madre, cuya mirada lo mira, se vuelve hacia ella como para demandarle autentificar su descubrimiento. Es el reconocimiento de su madre el que, a partir de un eres tú, dará un soy yo.

Debemos decir, también, que el niño no se ve nunca con sus propios ojos, sino siempre con los ojos de la persona que lo ama o lo detesta. Para que el niño pueda apropiarse de esta imagen, para que pueda interiorizarla, se requiere que tenga un lugar en el gran Otro (encarnado, en este caso, por la madre). Este signo de reconocimiento de la madre va a funcionar como un rasgo unario a partir del cual va a construirse el ideal del yo.

Pero, si el estadio del espejo es la aventura original por la que el hombre hace por primera vez la experiencia de que es hombre es, también, en la imagen del otro, donde se reconoce.

Por otra parte, paralelamente al reconocimiento de sí mismo en el espejo, se observa en el niño un comportamiento particular respecto de los otros niños de su edad. El niño puesto en presencia de otro lo observa con curiosidad, lo imita en todos los gestos, intenta seducirlo o imponerse a él. Se trata aquí de algo más que de un simple juego. En este comportamiento, el niño se adelanta a la coordinación motriz, todavía imperfecta a esta edad, y busca situarse socialmente comparándose con el otro. Importa reconocer a quien está habilitado para reconocerlo, y mucho más importa imponerse a él y dominarlo. Estos comportamientos de los niños pequeños puestos frente a frente muestran esta verdadera captación por la imagen del otro. Se reconoce, así, la instancia de lo imaginario, de la relación dual, de la confusión entre sí mismo y el otro, de la ambivalencia y la agresividad estructurales del ser humano.

Se dice que el yo es la imagen del espejo en su estructura invertida. Por ello, el sujeto se confunde con su imagen y, en sus relaciones con sus semejantes, se manifiesta esta misma captación imaginaria por el doble.

También se aliena en la imagen que quiere dar de sí, ignorando además su alienación, con lo que toma forma el desconocimiento crónico del yo. Lo mismo ocurrirá con su deseo: sólo podrá ubicarlo en el objeto del deseo del otro. Así, podemos decir que el deseo de reconocimiento incluye el desconocimiento que se tiene de sí mismo -o el horror por el conocimiento del real cuerpo fragmentado- y la necesidad que se tiene del otro para que devuelva cierta tranquilidad...

Retomando, entonces, nuestra manera de pala-abrir... Reconocer... volver a saber que somos a través del otro. Reconoci-miento... conocer dos veces. Doble que anula. Entonces, no conoce. Nada conoce en ese juego de ida y vuelta con la mirada del Otro. Como decíamos, sólo conoce lo que el Otro le muestra, le nomina, le significa. Lo que el Otro, ese tesoro del significante, le da con las palabras, esos sentidos con sentidos. Reconoci-miento... conocer la mentira del RE-conocer-SE. Y cómo no hablar de mentiras... si por el sólo hecho de utilizar el lenguaje, ya mentimos. La única verdad posible sería "yo miento" y, entonces, en ‘reconocí-miento’, habría una verdad posible, la de la ignorancia del sujeto sujetado al Otro.
Volvamos al poeta...

Periódicamente,
es necesario pasar lista a las cosas,
comprobar otra vez su presencia.
Hay que saber
si todavía están allí los árboles,
si los pájaros y las flores
continúan su torneo inverosímil,
si las claridades escondidas
siguen suministrando la raíz de la luz,
si los vecinos del hombre
se acuerdan aún del hombre,
si dios ha cedido
su espacio a un reemplazante,
si tu nombre es tu nombre
o es ya el mío,
si el hombre completó su aprendizaje
de verse desde afuera.

Y al pasar lista
es preciso evitar un engaño:
ninguna cosa puede nombrar a otra.
Nada debe reemplazar a lo ausente.

Roberto Juarroz

Entonces, cómo reconocerse en el vacío? Dice Lacan:

... ésta es la cuestión, entre nosotros y lo real está la verdad. La verdad... es un arrebato lírico...

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