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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

La sabiduría de la calle

Programa emitido en marzo de 2003

La calle enseña... La vida enseña... Todo depende de que se quiera aprender... Así, la vida es un texto escrito con jeroglíficos, con caracteres extraños, con modos irracionales que, de tener la herramienta adecuada, puede ser comprendida.

Freud, en su texto El block maravilloso, dice:

Hace poco tiempo ha surgido en el comercio, con el nombre de block maravilloso, un objeto que parece prometer mayor utilidad que la hoja de papel o la pizarra. No pretende ser más que un memorándum del cual pueden borrarse cómoda y sencillamente las anotaciones. Pero si lo observamos más detenidamente encontramos en su construcción una singular coincidencia con la estructura por nosotros supuesta de nuestro aparato perceptor y comprobamos que puede, en efecto, ofrecernos las dos cosas: una superficie receptora siempre pronta y huellas permanentes de las anotaciones hechas. El block maravilloso es una lámina de resina o cera de color oscuro, encuadrada en un marco de papel y sobre la cual va una fina hoja transparente, sujeta en su borde superior y suelta en el inferior. Esta hoja es la parte más interesante de todo el aparato. Se compone, a su vez, de dos capas separables, salvo en los bordes transversales. La capa superior es una lámina transparente de celuloide, y la inferior, un papel encerado muy delgado y translúcido. Cuando el aparato no es empleado, la superficie interna del papel encerado permanece ligeramente adherida a la cara superior de la lámina de cera.

Para usar este block maravilloso se escribe sobre la capa de celuloide de la hoja que cubre la lámina de cera. Para ello no se emplea lápiz ni tiza, sino, como en la antigüedad, un estilo o punzón. Pero en el block maravilloso, el estilo no graba directamente la escritura sobre la lámina de cera, sino por mediación de la hoja que la recubre, adhiriendo a la primera, en los puntos sobre los que ejerce presión, la cara interna del papel encerado, y los trazos así marcados se hacen visibles en un color más oscuro, en la superficie grisácea del celuloide. Cuando luego se quiere borrar lo escrito basta separar ligeramente de la lámina de cera la hoja superior, cuyo borde inferior queda libre. El contacto establecido por la presión del estilo entre el papel encerado y la lámina de cera, contacto al que se debía la visibilidad de lo escrito, queda así destruido, sin que se establezca de nuevo al volver a tocarse ambos, y el block maravilloso aparece otra vez limpio y dispuesto a acoger nuevas anotaciones. Las pequeñas imperfecciones de este objeto no presentan, naturalmente, para nosotros interés alguno, puesto que nuestra intención no es sino perseguir sus coincidencias con la estructura de nuestro aparato anímico perceptor.

Si después de escribir sobre el block maravilloso separamos con cuidado la hoja de celuloide de la de papel encerado, seguimos viendo lo escrito sobre la superficie de este último y podemos preguntarnos qué utilidad ha de tener la hoja de celuloide. Pero en seguida advertimos que el papel encerado se rasgaría o se arrugaría si escribiésemos directamente sobre él con el estilo. La hoja de celuloide es, por tanto, una cubierta protectora del papel encerado, destinada a protegerle de las acciones nocivas ejercidas sobre él desde el exterior. El celuloide es un dispositivo protector contra las excitaciones, y la capa que las acoge es propiamente el papel. Podemos ya recordar aquí que en Más allá del principio del placer expusimos que nuestro aparato perceptor se componía de dos capas: una protección exterior contra los estímulos, encargada de disminuir la considerable magnitud de los mismos, y bajo ella, la superficie receptora. La analogía no tendría mucho valor si terminase aquí. Pero aún va más lejos.

Si levantamos toda la cubierta -celuloide y papel encerado-, separándola de la lámina de cera, desaparece definitivamente lo escrito. La superficie del block queda limpia y dispuesta a acoger nuevas anotaciones. Pero no es difícil comprobar que la huella permanente de lo escrito ha quedado conservada sobre la lámina de cera, siendo legible a una luz apropiada. Así pues, el block no ofrece tan sólo una superficie receptora utilizable siempre de nuevo, como la pizarra, sino que conserva una huella permanente de lo escrito, como la hoja de papel. Resuelve el problema de reunir ambas facultades distribuyéndolas entre dos elementos -sistemas- distintos, pero enlazados entre sí. Coincide, pues, exactamente, con la hipótesis antes citada sobre la estructura de nuestro aparato anímico perceptor. La capa que acoge los estímulos no conserva su huella permanente, y los fundamentos de nuestra memoria nacen en otro sistema vecino. No debe preocuparnos aquí que las huellas permanentes de las anotaciones recibidas no sean ya utilizadas en el block maravilloso. Basta que existan.

Y, por existir, y guardar registro de todo lo vivido, pasan a ser el reflejo del mundo en nosotros. Desde allí, mirando allí, descifrando los enlaces producidos entre esos elementos/recuerdos es que podemos comprender de qué está hecha la vida... Sabiendo de los dichos, de los actos, de las emociones que nos habitan, también, podremos saber de los modos de mostrarlo a través de las conductas... en cada uno de nosotros y en los otros... Es, por tal razón, que el poeta dice:

Traspasar los límites de la noche,
pero no hacia el día.
Desenmascarar la historia oscura que nos narra
como pequeños cuentos,
romper el episodio que nos toca,
saltar del escenario
sin traspunte ni texto
e irse sin más tramoya
que el hecho natural
o artificial
de haber nacido.

que apretar el botón que hay en el centro.
Aunque la realidad salte en pedazos.
O aunque no ocurra nada.

Roberto Juarroz

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