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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Nuestras dudas e inquietudes

Programa emitido en abril de 2003

La duda… la metódica, la creación de una filosofía y Descartes…

Descartes (1596–1650), duda de todas las opiniones que había aceptado hasta ese momento como buenas; las abandona y, tras someterlas al juicio de la razón, las sustituye o las acepta de nuevo. Al buscar un nuevo método, piensa en los estudios que realizó de joven: Lógica, Matemática y Álgebra. Tras estudiarlos a fondo ve, en estas artes o ciencias, muchas imperfecciones, lo que le lleva a pensar en buscar otro método que, reuniendo la ventaja de estos tres, esté libre de sus defectos. Este método logrará una verdadera certeza evitando raciocinios largos: será a base de razonamientos intuitivos y concretos, porque en ellos es imposible el error. Habrá de tener orden, sencillez y claridad.

Las reglas del método son:

  • Intuición
    No admitir como verdadera cosa alguna sin conocer con evidencia que ella lo es y evitando la precipitación y la prevención. Lo evidente es lo que no puede ponerse en duda.
  • Análisis
    Dividir cada una de las dificultades en tantas partes como fuese posible o requiriese su solución hasta alcanzar los elementos simples.
  • Síntesis
    Conducir ordenadamente los pensamientos, comenzar por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para que poco a poco podamos ascender hasta el conocimiento de los más compuestos.
  • Evidencia
    Hacer de todo enumeraciones completas para no omitir nada, como una cadena, cada eslabón tiene que estar perfecto, uno sólo imperfecto implica la debilidad de toda la cadena.

Entonces…

deseando encontrar la verdad, rechaza como falso todo aquello en que pudiera imaginar la menor duda. Así, puesto que los sentidos nos engañan, quiso suponer que no hay nada que sea tal como ellos nos lo hacen imaginar; y como hay hombres que se equivocan al razonar, juzgó que estaba tan expuesto a error como cualquier otro y rechazó como falsos todos los razonamientos, que antes había tomado por demostraciones. También consideró que los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos, también pueden ocurrírsenos estando dormidos, sin que en tal caso sea ninguno verdadero. Decidió que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en su espíritu no eran más ciertas que las ilusiones de sus sueños. Llegó a la conclusión de que no existe nada cierto: La única verdad a la que la duda fortalece en verdad es a mi propia existencia, pues para ser engañado necesito existir. Un día encontró la verdad, la existencia del yo pensante: Cogito Ergo Sum, esto era irrefutable y lo aceptó como el primer principio de su filosofía. El Cogito es el principio no sólo de su metafísica, sino también de la física; proporciona el criterio de verdad, que se presenta en forma directa e inmediata al espíritu. El hombre puede fingir que no tiene cuerpo alguno, pero no puede fingir que no es; el hombre es una sustancia cuya total esencia o naturaleza es pensar y no necesita para ser, de lugar alguno ni depende de cosa material. El alma es distinta del cuerpo y más fácil de conocer que él, y aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es. Lo que se requiere para que una proporción sea verdadera y cierta es que la concibamos muy clara y distintamente, al igual que la proporción Pienso luego soy. Reflexiona pues, que su ser no es perfecto pues en él está la duda; y hay mayor perfección en conocer que en dudar. La duda puede alcanzar el contenido del pensamiento, pero no al pensamiento mismo.

Y lo dice así…

Después de esto consideré en general, lo que se requiere para que una proposición sea verdadera y cierta; pues ya que acababa de encontrar una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en que consistía esa certeza. Y habiendo notado que la proposición pienso, luego soy, no hay nada que me asegure que digo la verdad, sino que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir como regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas, pero que sólo hay alguna dificultad en advertir cuáles son las que concebimos distintamente

Descartes, Discurso del Método.

Entonces, luego de cierta historia, podemos seguir avanzando… con Lacan y su advertencia:

Ahora bien –y Freud hace hincapié en esto con todas sus fuerzas–, la duda es el apoyo de su certeza. Nos dice por qué: es precisamente indicio de que hay algo que preservar. Y la duda, entonces, es signo de la resistencia.

Es cierto que la función que confiere a la duda sigue siendo ambigua, pues, el algo que ha de preservarse puede ser también algo que ha de mostrarse, porque, de todas maneras, lo que se muestra lo hace sólo tras una Verkleidung, un disfraz, y además postizo, que está mal puesto. Pero en cualquier caso, insisto sobre el hecho de que hay un punto en que ambas maneras de proceder, la de Descartes y la de Freud, se acercan y convergen.

Descartes nos dice: Estoy seguro, porque dudo, de que pienso, y –diría yo para atenerme a una fórmula no más prudente que la suya, pero que nos evita el debate sobre el juicio pienso– Por pensar, soy. Nótese de paso que al eludir el yo pienso, eludo la discusión que resulta de que para nosotros ese yo pienso de ningún modo puede separarse del hecho de que Descartes, para formularlo, lo tiene que decir, implícitamente, cosa que él olvida. Esto lo dejamos guardado por el momento.

De una manera exactamente análoga, Freud, cuando duda –pues al fin y al cabo se trata de sus sueños y, al comienzo, quien duda es él– está seguro por eso de que en ese lugar hay un pensamiento, que es inconsciente, lo cual quiere decir que se revela como ausente, a ese lugar convoca, en cuanto trata con otros, el yo pienso en el cual se va a revelar el sujeto. En suma, está seguro de que el pensamiento ese está allí con todo su yo soy, por así decir –por poco que alguien, y ése es el salto, piense en su lugar.

Aquí se revela la disimetría entre Freud y Descartes. No está en el paso inicial de la fundamentación de la certeza del sujeto. Radica en que el sujeto está como en su casa en el campo del inconsciente. Y porque Freud afirma su certeza, se da el progreso mediante el cual nos cambia el mundo.

Para Descartes, en el cogito inicial –los cartesianos me devolverán la pelota en esto, pero lo propongo a la discusión– el yo pienso, en tanto se vuela en el yo soy, apunta a un real –pero lo verdadero queda fuera hasta tal punto que Descartes tiene que asegurarse, ¿de qué? de un Otro que no sea engañoso y que, además, pueda garantizar, con su mera existencia, las bases de la verdad. Garantizarle que en su propia razón objetiva están los fundamentos necesarios para que el real del que acaba de asegurarse pueda encontrar la dimensión de la verdad. Sólo puedo indicar las prodigiosas consecuencias que tuvo esto de poner la verdad en manos del Otro, en este caso el Dios perfecto, cuyo asunto es la verdad pues, diga lo que diga, será siempre la verdad –si hubiese dicho que dos más dos son cinco, hubiera sido verdad.

Así, la in–quietud, nos puede llevar a más de un movimiento, a más de un cuestionamiento, y direccionarnos hacia más de una luz…

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