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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Sobre el amor propio

Programa emitido en mayo de 2003

El hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar al hombre. Ponge ha dicho, en un artículo muy hermoso, el hombre es el porvenir del hombre.

Sartre nos enseña que el hombre puede elegir y tiene la posibilidad de juzgar, no con juicios de valor pero si lógicos y, con ello, saber que ciertas elecciones están fundadas en el error y otras en la verdad. También, es cierto que un hombre puede juzgar de mala fe y así llevar a cabo elecciones fundadas en el error.

El existencialismo no lleva a cabo juicios morales, lo único que señala es que las acciones de mala fe son un error. Sartre, señala que no hay razones morales a priori para condenar las acciones, se limita a señalar que la actitud coherente y lógica sería siempre la de actuar de buena fe.

En su Carta sobre el humanismoMartin Heidegger dice:

Adueñarse de una cosa o de una persona en su esencia quiere decir amarla, quererla. Pensado de modo más originario, este querer significa regalar la esencia. Semejante querer es la auténtica esencia del ser capaz, que no sólo logra esto o aquello, sino que logra que algo se presente mostrando su origen, es decir, hace que algo sea. La capacidad del querer es propiamente aquello en virtud de lo cual algo puede llegar a ser. Esta capacidad es lo auténticamente posible, aquello cuya esencia reside en el querer. A partir de dicho querer, el ser es capaz del pensar. Aquél hace posible éste. El ser, como aquello que quiere y que hace capaz, es lo posible. En cuanto elemento, el ser es la fuerza callada de esa capacidad que quiere, es decir, de lo posible.

El amor es reliquia del ser para establecer su morada en la realidad. Como psicoanalistas y antes de abordar ese misterio de lo propio que nunca alcanza la medida del deseo, un poco de decir acerca de la palabra que nos protege y nos hunde en el abismo. Bien decir perdido para dar cuenta de lo paradojal que nos anima. Palabra a cuidar para desandar la ruindad.

Lenguaje, archivo de lo humano, amor por la palabra que suma y resta antagonismos. Más adelante, en el mismo texto y sólo a modo de riqueza, de claridad, sustancia de lo cotidiano que embota los sentidos desalojando lo esencial para dar espacio a lo accesorio, agrega:

La devastación del lenguaje, que se extiende velozmente por todas partes, no sólo se nutre de la responsabilidad estética y moral de todo uso del lenguaje. Nace de una amenaza contra la esencia del hombre. Cuidar el uso del lenguaje no demuestra que ya hayamos esquivado ese peligro esencial. Por el contrario, más bien me inclino a pensar que actualmente ni siquiera vemos ni podemos ver todavía el peligro porque aún no nos hemos situado en su horizonte. Pero la decadencia actual del lenguaje, de la que, un poco tarde, tanto se habla últimamente, no es el fundamento, sino la consecuencia del proceso por el que el lenguaje, bajo el dominio de la metafísica moderna de la subjetividad, va cayendo de modo casi irrefrenable fuera de su elemento. El lenguaje también nos hurta su esencia: ser la casa de la verdad del ser. El lenguaje se abandona a nuestro mero querer y hacer a modo de instrumento de dominación sobre lo ente (…) Pero si el hombre quiere volver a encontrarse alguna vez en la vecindad al ser, tiene que aprender previamente a existir prescindiendo de nombres. Tiene que reconocer en la misma medida tanto la seducción de la opinión pública como la impotencia de lo privado. Antes de hablar, el hombre debe dejarse interpelar de nuevo por el ser, con el peligro de que, bajo este reclamo, él tenga poco o raras veces algo que decir. Sólo así se le vuelve a regalar a la palabra el valor precioso de su esencia y al hombre la morada donde habitar en la verdad del ser.

Amor propio, egoísmo, narcisismo…

Nos deslizaremos por estos significantes en pos de indagar en estos sentimientos, supuestamente, poco sociales…

Ya lo dijo George Sand… Hay amor propio en el amor, como interés personal en la amistad. Y, con más detalle, Sigmund Freud: Denominamos, pues, a la libido de los instintos de autoconservación libido narcisista y reconocimos una amplia medida de tal amor propio como el estado primario y normal. Y, luego, Lacan… todas las palabras del sujeto sólo establecen falsos problemas. ¿Acaso es posible imaginar que esta idea pueda dar solución a lo que yace en la pregunta que el sujeto se formula? ¿No se trata, por el contrario, de hacerle comprender hasta dónde esa dialéctica de amor propio, en este caso, ha formado parte hasta entonces de su discurso?

Así, y dando herramientas para pensar otras cuestiones, ilustraremos una posible respuesta… Soledad, Julia e Irene, tres hermanas bastante lindas y jóvenes, eran visitadas con mucha frecuencia por un caballero muy culto, elegante y buen mozo. Era tan sabio este señor y tan simpático, que conquistó el corazón de las tres hermanas sin haberse declarado a ninguna de ellas, y llegó a tal grado el entusiasmo de las pobres hermosas, que todo era entre las mismas disputas y cuestiones, amenazando turbar la paz de la familia y convertir la casa en un infierno. Para salir de esta situación penosa exigieron del joven que se declarase, y acosado y comprometido ofreció consignar en una décima el estado de su corazón con respecto a ellas, pero con la condición precisa de que no había de estar puntuada, y autorizando a cada una de las tres hermanas para que la puntuase a su manera.

La décima es la siguiente:

Tres bellas que bellas son
Me han exigido las tres
Que diga de ellas cuál es
La que ama mi corazón
Si obedecer es razón
Digo que amo a Soledad
No a Julia cuya bondad
Persona humana no tiene
No aspira mi amor a Irene
Que no es poca su beldad.

Soledad, que abrió la carta, la leyó para sí y dijo a sus hermanas: -La preferida soy yo, o si no oíd, y leyó la décima con la siguiente puntuación:

Tres bellas que bellas son.
Me han exigido las tres,
Que diga de ellas cuál es
La que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
Digo, que amo a Soledad;
No a Julia, cuya bondad
Persona humana no tiene;
No aspira mi amor a Irene,
Que no es poca su beldad.

-Siento mucho desvanecer esa ilusión, hermana mía –dijo la hermosa Julia– pero soy yo la preferida, y en prueba de ello escucha:

Tres bellas, que bellas son,
Me han exigido las tres,
Que diga de ellas cuál es
La que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
Digo que, amo a Soledad?…
No. A Julia, cuya bondad
Persona humana no tiene.
No aspira mi amor a Irene,
Que no es poca su beldad.

-Las dos estáis engañadas -dijo Irene- y el amor propio os ofusca, porque es indudable que la que él ama, de las tres, soy yo. Veamos:

Tres bellas, que bellas son,
Me han exigido las tres,
Que diga de ellas cuál es
La que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
Digo que, amo a Soledad?…
No. Julia, cuya bondad
Persona humana no tiene?…
No. Aspira mi amor a Irene,
Que no es poca su beldad.

Quedaron en la misma duda, en la misma confusión, y determinaron salir de la incertidumbre exigiendo al joven la puntuación de la décima, el cual les envió una copia puntuada así:

Tres bellas, que bellas son,
Me han exigido las tres,
Que diga de ellas cuál es
La que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
Digo que, amo a Soledad?…
No. A Julia, cuya bondad
Persona humana no tiene?…
No. Aspira mi amor a Irene?
Que no!… es poca su beldad.

Así, en búsqueda de su propio bien –como dirían los filósofos– es que el individuo busca el amor… De ese modo narcisista que nunca se abandona, de ese modo egoísta, de ese modo en que los mortales hacemos todas las cosas…

Se podría objetar que el altruismo, también, es un bien logrado… Pero, ¿cuánto de altruista podemos tener los humanos? Freud nos alumbra…

Hemos visto que la coerción exterior que la educación y el mundo circundante ejercen sobre el hombre provoca una nueva transformación de su vida instintiva, en el sentido del bien, un viraje del egoísmo al altruismo. Pero no es ésta la acción necesaria o regular de la coerción exterior. La educación y el ambiente no se limitan a ofrecer primas de amor, sino también recompensas y castigos. Pueden hacer, por tanto, que el individuo sometido a su influjo se resuelva a obrar bien, en el sentido cultural, sin que se haya cumplido en él un ennoblecimiento de los instintos, una mutación de las tendencias egoístas en tendencias sociales. El resultado será, en conjunto, el mismo; sólo en circunstancias especiales se hará patente que el uno obra siempre bien porque sus inclinaciones instintivas se lo imponen, mientras que el otro sólo es bueno porque tal conducta cultural provoca ventajas a sus propósitos egoístas, y sólo en tanto se las procura y en la medida en que se las procura. Pero nosotros, con nuestro conocimiento superficial del individuo, no poseeremos medio alguno de distinguir entre ambos casos, y nuestro optimismo nos inducirá seguramente a exagerar sin medida el número de los hombres transformados en un sentido cultural.

Lo que quiere decir que, si hay un altruismo, es porque se busca satisfacer todas las demandas para obtener el amor del otro… Carácter capcioso el del pretendido altruismo… Desconfíen de las trampas del Mitleid (piedad), de lo que nos retiene de hacerle mal al otro, a la pobre chica, por lo cual uno se casa con ella y después, por mucho tiempo, están los dos bien jodidos (emmerdés).

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