Contacto: Sede Belgrano. 11 de Septiembre 1071, Capital Federal. 011 4776 2797 | Sede Vicente López 011 152 459 0079

Unite a nuestro Facebook

© 2024

Opus

Departamento de cultura y eventos

Talum

Galería de arte de la Fundación CEP

Galería de arte de la Fundación CEP

Galería Marcel Duchamp

Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Del bien y del mal

Programa emitido en octubre de 2002

No hay otro malestar en la cultura que el malestar del deseo.

Jacques Lacan

El bien y el mal sólo importan al sujeto en relación a sí mismo. Ya lo dice Freud en su texto El malestar en la cultura: … el paciente destaca ora un factor, ora el otro: se queja de espasmos en el corazón, falta de aire, oleadas de sudor, hambre insaciable, etc., y en su exposición es frecuente que el sentimiento de angustia quede completamente relegado o se vuelva apenas reconocible como un sentirse mal, un malestar.

Y nos lo explica del siguiente modo:

…Así como el superyó es el padre despersonalizado, el miedo a la castración se ha convertido en una angustia moral o social indeterminada. Mas esta angustia permanece encubierta, pues el yo la elude, ejecutando obedientemente los preceptos, prevenciones y actos expiatorios que le son impuestos. Cuando algo le impide llevarlos a cabo, surge en el acto un malestar extraordinariamente penoso, que los enfermos equiparan a la angustia, y en el que hemos de ver un equivalente de la misma.

Entonces, el mal-estar es angustia. Angustia por no poder hacer, (a)ser, ser consecuente con el encuentro (siempre fallido) con el objeto causa de su deseo. 'Ser consecuente' nos lleva al plano de la ética, de la ética con uno mismo en contraposición con la de la moral cultural.

Y Lacan rescata, para nosotros, este saber:

… seguramente la civilización, la cultura, pide demasiado al sujeto.

Sabemos, le pide el bien. Entonces, cabe la pregunta ¿el goce es un mal? Ya los cristianos lo definen poniendo al goce del lado del Diablo y al bien del lado de Dios. Pero, como interroga Freud, ¿de qué se trata el amor al prójimo si el hombre tiene una tendencia nativa a la maldad? Pareciera que Freud y Lacan son seguidores de Sade y, por lo tanto, deberían haber sido quemados en la hoguera de la Santa Inquisición. Pero se trata de otra cosa, se trata de aquello que nos habita y que, técnicamente, llamamos pulsión de vida y pulsión de muerte. Esas pulsiones que, salidas al exterior, son calificadas, hechas cualidades de signo positivo o negativo, por nuestros educadores… No está bien golpear a Pedrito, está bien que le prestes tus juguetes

Es evidente que algo falla en lo que se le pide al sujeto. La realidad es que, más que amar al prójimo, el hombre intenta satisfacer su necesidad de agresión a expensas de su prójimo… De explotar su trabajo sin compensación, de utilizarlo sexualmente sin su consentimiento, de apropiarse de sus bienes, de humillarlo, de infligirle sufrimientos, de martirizarlo y matarlo.

Quizás, en estos tiempos de mal amor, quepa la necesidad de un replanteo: el goce del prójimo, su goce nocivo, su goce maligno, ¿es el que se debe aceptar como signo de amor? Si así fuese, ¿no es acaso que el bien se hace sinónimo de sometimiento? Tal la dificultad del límite. Donde la concesión, la cesión del propio deseo, es el verdadero mal. Porque el verdadero mal es la pérdida del deseo y del goce de su búsqueda. Amar en el contexto de una osadía, demonios expurgando las ficciones del delirio.

Dice la poeta Olga Orozco:

Para hacer un talismán
Se necesita sólo un corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
Déjalo a la intemperie,
donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca
Y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul
escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías
y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano
de esperanza…

En algún párrafo, sobre el final del poema, dice:

Si sobrevive aún,
si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra,
puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!.

El poeta sabe de la muerte del deseo, de lo que concedemos, de lo que robamos a la piel de un amor no correspondido. Demanda de muerte que atraviesa la jauría, ortigas que los pies del miedo sobrevuelan de hastío. No se trata del bien y del mal, se trata de ese límite impreciso que la muerte desbroza de martirio, de infinitas traiciones al paraíso perdido. Eso que desde las cicatrices del alma se inocula de exigencia, eso que hace trastabillar el miedo en la cintura del infierno.

Amortiza caídas, eso que con disfraz de pasión es sólo señuelo de posesión, esa prisión - veneno del alma. Matanza de urgencia de vida, malentendido vincular, trampa veraz de desafíos que aniquila lo legítimo. Posesión del otro para el regodeo de traiciones, de vértigos engañosos. Estupidez, es tú pides, yo doy mi propia confusión, mi carne. Me someto a tu designio, en el final aguarda tu abandono, ese sobre-todo que me ampara de lo infinitamente humano.

Amo que amo para dar mi sangre, guardián de mi muerte prematura.

Volver

CONTACTO+SEDES | © Copyright 2000-2024 Fundación C.E.P. Todos los derechos reservados

Diseño + programación Oxlab