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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Nuestra lucidez

Programa emitido en abril de 2003

Lucidez, según reza el diccionario de la Real Academia Española, es: f. Cualidad de lúcido.

Lúcido: 1. adj. que hace o desempeña las cosas con gracia, liberalidad y esplendor. 2. adj. irón. coloq. Dicho de una persona: Que, probablemente, va a sufrir un chasco o lo ha sufrido. Ramón está lucido.

Lúcido, da. (Del lat. lucidus): 1. adj. Claro en el razonamiento, en las expresiones, en el estilo, etc. 2. adj. poét. luciente.

Si leemos al pie de la letra se trata de dar luz, de echar luz sobre los actos humanos. Si tocamos los bordes de su etimología, si alertamos el decir inmersos en el parloteo y sumamos lecturas, todo está trazado para la claridad, esto es, para dejar hacer a la alegría, sostener su intensidad en el realizar con gracia, libertad y esplendor cada gesto de nuestro diario deambular por los encuentros. La trampa es que la vida se convierta en un chasco, en un malentendido de bordes rugosos… algo aún resta en los intersticios de la lengua: el "estilo". Se trata, entonces, de elegir la vida o la muerte cotidiana, de razonar con estilo o con razona–miento.

El establecimiento del ethos, de ese algo que Aristóteles plantea como diferenciando al ser viviente del ser inanimado, inerte –como lo hace notar, por mucho tiempo que ustedes tiren una piedra al aire, no tomará el hábito de esta trayectoria, pero el hombre, se habitúa. Ese es el ethos.

Esta habituación de muerte, que tenemos los seres humanos, es aquello que nos hace estar dotados de un sistema nervioso imponente pero que insistimos en usar poco. Seres de costumbres y repeticiones, insistimos en aburrirnos hasta el hartazgo antes de intentar un movimiento heroico que, en lugar de muertos, nos deje vivos.

Así, esta lectura que hace Lacan de un cuestionamiento de Freud, aquel donde se pregunta por la realidad y los stimmung (sentimientos):

Y la Stimmung por su naturaleza, es lo que le desvela, lo que hay… para buscar, lo que interroga, lo que con respecto a lo cual tiene el sentimiento de tener como en una habitación oscura, esa despensa, todo eso de lo cual tiene necesidad, y que lo espera allí, siempre en reserva, pero cuya Stimmung le está esencialmente oculta.

Lucidez de no creerse ni sabihondos ni suicidas, de preguntarse por los olvidos… esos cuartitos maravillosos de Laberinto, esos que no se quieren abrir con facilidad pero que están, allí, sin permitir que nos olvidemos de ellos. Esos, que hacen que, como dice Serrat en Pequeñas Cosas, lloremos cuando nadie nos ve.

La lucidez se relaciona con estar despierto. Desde lo popular, podemos entender el estar despiertos como el no dormirnos ante las experiencias vitales, o sea, el no estar tan a disposición de la pulsión de muerte.

Dice Juan Gelman…

Así pasa, señores,
que me juego la muerte

Nos relata Lacan…

Es uno de mis cuentos que el despertar es un relámpago. Se sitúa para mí –en fin, cuando eso me ocurre, no a menudo– se sitúa para mi –eso no quiere decir que sea así para todo el mundo– se sitúa para mi en el momento en que efectivamente salgo del dormir. En ese momento, yo tengo un breve destello de lucidez. Por supuesto, eso no dura.

Allí, entre el dormir y el despertar, allí, donde el fantasma aún no ha ocupado al hombre que lo porta, está amaneciendo y los vampiros se retiran un poco. Allí, donde alguna verdad del ser despierta, allí, la lucidez única, fugaz, posible.

Yo solicito de mi verso que no me contradiga, y es mucho.
Que no sea persistencia de hermosura, pero sí de certeza espiritual.
Yo solicito de mi verso que los caminos y la soledad lo atestigüen.
Gustosamente ocioso la fe, paso bordeando mi vivir.
Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera llegar

Borges

Nuestra lucidez es como un destello de luz… siempre pulsátil, nunca permanente. Y es, en ese instante, que es posible abarcar lo que, aún con esfuerzo, no nos es dado en forma constante.

Un destello, un resplandor vivo y efímero… una gota que cae herida por la luz… un instante destilado, puro… Sí, como pulso de luz podría describirse a lo inconsciente… Sí, función pulsátil, brillante y ostentosa. Y hablar de inconsciente es hablar de significante… Dice Lacan:

¿A partir de qué momento pasamos al orden del significante?. El significante puede extenderse a muchos elementos del dominio del signo. Sin embargo, el significante es un signo que no remite a un objeto, ni siquiera en estado de huella, aunque la huella anuncia de todos modos su carácter esencial. Es, también, signo de una ausencia. Pero en tanto forma parte del lenguaje, el significante es un signo que remite a otro signo, está estructurado como tal para significar la ausencia de otro signo, en otras palabras, para oponerse a él en un par.

… El día y la noche no son algo que pueda definirse a partir de la experiencia. La experiencia sólo puede indicar una serie de modulaciones, de transformaciones, incluso una pulsación, una alternancia de luz y oscuridad, con todas sus transiciones. El lenguaje comienza con la oposición: el día y la noche. A partir del momento en que existe el día como significante, ese día está entregado a todas las vicisitudes de un juego a través del que llegará a significar cosas muy diversas.

Este carácter del significante marca de modo esencial todo lo que es del orden del inconsciente. La obra de Freud con su enorme armazón filológico jugando hasta la intimidad misma de los fenómenos, es absolutamente impensable si no se coloca en primer plano la dominancia del significante en los fenómenos analíticos.

Entonces, nuestra lucidez radica en perseguir el pulso significante… el ritmo de su sangre, de su estertor… No es otra cosa lo que nos habita… La sangre de la palabra lleva y trae nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestras maneras más sutiles de hacer la vida.

Ya lo hemos dicho…
Un dulce lamen tarde dos pastores.
Un dulce lamentar de dos pastores.
Un ritmo diferente y todo cambia, un instante de detención, una aceleración y es oto el cuadro…

Destellos dados al oído para atrapar la mirada… como las imágenes ópticas: que no están en ninguna parte. Se las ve en determinado sitio cuando uno está en otro lugar para verlas.

Lacan nos recuerda una carta de Freud…

En la carta 138 se lee: En lo que se refiere a los grandes problemas aún no hay nada decidido. Todo es vacilante, impreciso, un infierno intelectual, cenizas superpuestas, y en las tenebrosas profundidades se distingue la silueta de Lucifer–Amor. Es una imagen de ondas, de oscilaciones, como si el mundo entero estuviese animado por una inquietante pulsación imaginaria, y, al mismo tiempo, una imagen ígnea, donde se perfila la silueta de Lucifer pareciendo encarnar la dimensión angustiante de lo vivido por Freud. Esto es lo que vivió alrededor de sus cuarenta años, en el momento decisivo en que era descubierta la función del inconsciente.

La experiencia del descubrimiento fundamental fue para Freud un cuestionamiento vivencial de los fundamentos mismos del mundo. No nos son necesarias más indicaciones acerca de su autoanálisis, en la medida en que en sus cartas a Fliess alude a él más que revelarlo. Freud vive en una atmósfera angustiante, con la sensación de hacer un descubrimiento peligroso.

Pero advertimos que es de ese modo peligroso en que se presentan, siempre, los pensamientos que hacen la revolución copernicana de cada vida…

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