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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Noche de paz, noche de amor…

Programa emitido en diciembre de 2002

Reñidos se hallan, para el psicoanálisis, la paz y el amor… Demasiada calma la una, demasiado torbellino, el dejo significante del otro.

Tal vez, el secreto de hallarse combinados anule los efectos letárgicos que la religión impone… Aunque, ¿cuánta revolución puede hacerse en una noche signada por un nacimiento condenado a una muerte prematura? Tal vez, este sólo pensamiento alcance para subvertir ciertas órdenes, para no callar la voz demasiado temprano.

Viene, así, a nuestra memoria la canción llamada Testamento

Como la muerte anda en secreto
y no se sabe qué mañana,
yo voy a hacer mi testamento,
a repartir lo que me falta
pues lo que tuve ya está hecho,
ya está abrigado, ya está en casa.
Yo voy a hacer mi testamento
para cerrar cuentas soñadas.

Le debo una canción a la sonrisa,
a la sonrisa de manantial, esa que salta:
le debo una canción a toda prisa
para que quede que estuvo cerca, agazapada.

Le debo una canción a lo que supe,
a lo que supe y no pudo ser más que silencio:
le debo una canción, una que ocupe
la cantidad de mordazamor de un juramento.

Les debo una canción a los pecados,
a los pecados que no gasté, los que no pude:
les debo una canción, no como hermano,
sólo de sal que el delectador también alude.

Le debo una canción a la mentira,
a la mentira pequeña, frágil, casi salva:
le debo una canción endurecida,
una canción asesina, bruta, sanguinaria.

Le debo una canción al oportuno,
al oportuno mutilador de cuanta ala:
le debo una canción de tono oscuro
que lo encadene a vagar su eterna madrugada.

Le debo una canción a las fronteras,
a las fronteras humanas, no a las del misterio:
les debo una canción tan poco nueva
como la voz más elemental de los colegios.

Le debo una canción a una bala,
a un proyectil que debió esperarme en una selva:
le debo una canción desesperada,
desesperada por no poder llegar a verla.

Le debo una canción al compañero,
al compañero de riesgos, al de la victoria:
le debo una canción de canto nuevo,
una bandera común que vuele con la historia.

Le debo una canción, una, a la muerte,
una a la muerte voraz que se comerá tanto:
le debo una canción en que hunda el diente
y luego esparza con la explosión fuegos del canto.

Le debo una canción a lo imposible,
a la mujer, a la estrella, al sueño que nos lanza:
le debo una canción indescriptible
como una vela inflamada en vientos de esperanza.

La navidad y el árbol de la perpetuidad, eso que, en lo caótico, persiste de empecinada alegría sin retorno. Una vieja tradición que no considera los personajes de Santa Claus, Papá Noel etc, que refiere sólo un nacimiento, ese que denuncia el origen mortal que nos atañe en lo efímero de un movimiento vital, vida que se alimente de su imposible retorno… Dicha tradición nos dice que debemos acunar en nuestros brazos al recién nacido, también habla de escribirle una carta con los deseos que él, afirman, nos va a conceder durante el año.

Pedir intensamente, pedirle al propio hacer lo solemne de una construcción con anunciada verdad.

Lo imposible, entonces, de desatar el lío y volver a empezar… por el camino más largo…

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