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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Noche infinita

Programa emitido en julio de 2003

Dice Jorge Luis Borges:

¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad.

Noche infinita… vida infinita… ¿Qué sucede con las ideas de infinitud… y, ligadas a ellas, las de inmortalidad? El Diccionario de Ciencias Ocultas, de octubre mil novecientos cincuenta y seis, dice, bajo el título de Longevidad, La aspiración de prolongar la vida el mayor tiempo posible es una de las más constantes y lógicas del ser humano. La magia de todos los tiempos le consagró gran preferencia en sus investigaciones, y el hermetismo ha preconizado el uso de distintas fórmulas alquímicas de más o menos difícil obtención. Conviene, ante todo, deshacer un equivocado concepto muy popular en pasadas edades, según el cual esas fórmulas concederían el poder de vivir indefinidamente a quien supiese aplicarlas. Error profundo. Los verdaderos alquimistas fueron hombres de positivo saber y que de ningún modo habían de pensar en que pudieran eludirse las fatales leyes de la Naturaleza. Pero una cosa es querer una vida eterna, y otra cosa muy distinta es buscar el modo de prolongarla hasta sus verdaderos límites, siempre acordados en el seno de nuestras sociedades por las malas costumbres, la falta de higiene, la preponderancia de los vicios, el desarreglo de las pasiones, los martirios de la desgracia y de la pobreza, el exceso de trabajo, la mala alimentación, etc., etc. La vida normal del hombre colocado en condiciones fisiológicas perfectas, alcanza los ciento cincuenta años próximamente. Esto quiere decir, que podemos y tenemos el derecho de buscar los medios de obtener la realización de una longevidad en la que para nada interviene el milagro, y los ocultistas, que desde larga fecha habían adquirido una convicción, hoy reconocida y sancionada por la ciencia, buscaron las causas destructoras del medio ambiente moral y material y establecieron las bases de un régimen que nada tiene de prodigioso ayudado por el uso de compuestos, cuya acción en el organismo se reduce a vigorizarle y ponerle en mejores condiciones de lucha vital…

Lo infinito… lo perecedero…

Ya lo ha dicho Freud, en su Carta 78, a Fliess (12 de diciembre de 1897):

¿Puedes imaginar lo que son los mitos endopsíquicos? He ahí el último engendro de mis gestaciones mentales. La borrosa percepción interior del aparato psíquico propio estimula ilusiones de pensamiento que son naturalmente proyectadas afuera, por lo común en el futuro y el más allá. La inmortalidad, la justa recompensa, la vida después de la muerte, son todas reflexiones de nuestra psique interior… psicomitología.

Basados en nuestro psiquismo, podemos decir que bulle en nuestro interior el rechazo a la finitud… La muerte misma no es un aniquilamiento, un retorno a lo inanimado inorgánico, sino el principio de una nueva existencia y el tránsito a una evolución superior. Por otro lado las mismas leyes morales que nuestras civilizaciones han estatuido rigen también el suceder universal, guardadas por una suprema instancia justiciera, infinitamente más poderosa y consecuente. Todo lo bueno encuentra al fin su recompensa, y todo lo malo, su castigo, cuando no ya en esta vida sí en las existencias ulteriores que comienzan después de la muerte.

Dice Sigmund Freud:

De este modo quedan condenados a desaparecer todos los terrores, los sufrimientos y asperezas de la vida. La vida de ultratumba, que continúa nuestra vida terrenal como la parte invisible del espectro solar, continúa la visible, trae consigo toda la perfección que aquí hemos echado de menos. La suprema sabiduría que dirige este proceso, la suprema bondad que en él se manifiesta y la justicia que en él se cumple son los atributos de los seres divinos que nos han creado y han creado el Universo entero. O, mejor dicho, de aquel único ser divino, en el que nuestras civilizaciones han condensado el politeísmo de épocas anteriores. El pueblo que primero consiguió semejante condensación de los atributos divinos se mostró muy orgulloso de tal progreso. Había revelado el nódulo paternal, oculto desde siempre detrás de toda imagen divina.

Así, lo infinito nos revela ese niño al que no queremos renunciar y que nos hace perder el beneficio de gozar de lo perecedero… Ya que La cualidad de perecedero comporta un valor de rareza en el tiempo. Las limitadas posibilidades de gozarlo lo tornan tanto más precioso.

Si pensamos en la idea de infinito como lo inabarcable, como lo más extenso que nuestros ojos pudieran alcanzar a ver… es un sencillo planteo: el infinito existe (porque somos demasiado pequeños como para pensar en poder abarcar una extensión más amplia que el campo delimitado por la mirada del/los Otro/s). El mundo es un espejo que nos refleja. Pero esto no define nada más que nuestra humanidad, no define la infinitud. Como seres mortales, si hay una garantía en la vida, es la de saber que vamos a morir.

Tal vez, ese sea el mejor anuncio, dado que a partir de ser incompletos, finitos, podemos crear un porvenir no tan limitado a la superstición o al miedo. Nos podemos permitir el vivir este tránsito, único, irrepetible, todo el tiempo que se pueda, todo el tiempo que nuestra máquina biológica –cuerpo- pueda funcionar. Para funcionar sin fusionar, deberíamos saber algo del instinto de vida…

Dice Freud:

Añadiremos que se trata de un proceso puesto al servicio del Eros, destinado a condensar en una unidad vasta, en la Humanidad, a los individuos aislados, luego a las familias, las tribus, los pueblos y las naciones. No sabemos por qué es preciso que sea así: aceptamos que es, simplemente, la obra del Eros. Estas masas humanas han de ser vinculadas libidinalmente, pues ni la necesidad por sí sola ni las ventajas de la comunidad de trabajo bastarían para mantenerlas unidas. Pero el natural instinto humano de agresión, la hostilidad de uno contra todos y de todos contra uno, se opone a este designio de la cultura. Dicho instinto de agresión es el descendiente y principal representante del instinto de muerte, que hemos hallado junto al Eros y que con él comparte la dominación del mundo. Ahora, creo, el sentido de la evolución cultural ya no nos resultará impenetrable; por fuerza debe presentarnos la lucha entre Eros y muerte, instinto de vida e instinto de destrucción, tal como se lleva a cabo en la especie humana. Esta lucha es, en suma, el contenido esencial de la misma, y por ello la evolución cultural puede ser definida brevemente como la lucha de la especie humana por la vida. ¡Y es este combate de los Titanes, el que nuestras nodrizas pretenden aplacar en su arrorró del Cielo!

Los Titanes son seres que generalmente representan fuerzas elementales de la naturaleza. A través de estas fuerzas rudimentarias y brutales la mitología evoluciona dando lugar a una generación de fuerzas más depuradas, representadas por los dioses Olímpicos. Ante las cuales, los dioses primitivos se repliegan.

Parece quedar claro pero, tal vez, no lo suficiente, en tanto, un instinto y el otro, tienen que ver con el sujeto. Lacan retoma el tema:

Para recomenzar, como lo hago siempre, en algún punto del discurso que les dirijo semanalmente, les recuerdo que este instinto de muerte no es un gusano devorador, un parásito, una herida, ni siquiera un principio de contrariedad, algo como una especie de Yin opuesto al Yang, el elemento de alternancia. Para Freud está claramente articulado: un principio que envuelve todo el rodeo de la vida, vida y rodeo que no encuentran su sentido sino al reunirlo. Para decirlo, no es sin motivo de escándalo que algunos se alejan de él; pues henos aquí sin duda volviendo, retornando a pesar de todos los principios positivistas, es verdad, a la más absurda extrapolación metafísica, hablando con propiedad, y al desprecio de todas las reglas adquiridas de la prudencia. El instinto de muerte en Freud nos es presentado como lo que para nosotros, –pienso en su lugar–, se sitúa de las secuelas de lo que llamaremos aquí el significante de la vida, puesto que lo que Freud nos dice es que la esencia de la vida, reinscripta en el cuadro del instinto de muerte, no es ninguna otra cosa que el designio exigido por la ley del placer, de realizar, de repetir el mismo rodeo siempre, para volver a lo inanimado.

La inmortalidad, lo infinito, lo eterno… del lado de Tánatos, que parece no cansarse de su aburrido ciclo a destiempo. Nos aclara Lacan, sobre el porvenir del ser humano, Es la libido en tanto que puro instinto de vida, es decir de vida inmortal, de vida irreprimible, de vida, que no tiene necesidad de ningún órgano, de vida simplificada e indestructible. Eso es precisamente lo substraído al ser vivo desde que está sometido al ciclo de la reproducción sexuada.

El centro no es un punto.
Si lo fuera, resultaría fácil acertarlo.
No es ni siquiera la reducción de un punto a su infinito.
El centro es una ausencia,
de punto, de infinito y aun de ausencia
y sólo se acierta con ausencia.
Mírame después que te hayas ido,
aunque yo esté recién cuando me vaya.
Ahora el centro me ha enseñado a no estar,
pero más tarde el centro estará aquí.

Roberto Juarroz

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