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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

El valor del silencio

Programa emitido en julio de 2003

En El tema de la elección de un cofrecillo, texto de Freud de 1913, se retoma la escena de elección entre tres mujeres, de las cuales es la menor la más excelente. Fácilmente recordamos otras escenas de los mitos, las fábulas y la literatura, que tienen por contenido esta misma situación: el pastor Paris se ve obligado a elegir entre tres diosas y declara a la tercera la más bella. La Cenicienta es también la menor de tres hermanas, y el hijo del rey la elige con preferencia a las otras dos. En la fábula de Apuleyo, Psiquis es la menor de tres hermanas. Adorada como encarnación terrenal de Afrodita, Psiquis se ve tratada por esta diosa como la Cenicienta por su madrastra y obligada como ella, a separar por clases las diversas simientes mezcladas en un montón, tarea que ambas consiguen llevar a cabo con la ayuda de unos animalitos (palomas en la Cenicienta y hormigas en la fábula de Psiquis). No sería difícil hallar aún otras variantes del mismo tema en las que se conservarán los mismos rasgos esenciales.

Por nuestra parte, nos limitaremos a los casos de Cordelia, Afrodita, la Cenicienta y Psiquis. Las cuatro mujeres, de las cuales la tercera es la más excelente, deben suponerse en algún modo afines, ya que nos son presentadas siempre como hermanas… Ahora bien: ¿quiénes son estas tres hermanas y por qué la elección ha de recaer siempre en la tercera? Si pudiéramos dar respuesta a esta interrogación, habríamos hallado la interpretación buscada. Antes nos hemos servido ya en una ocasión de la técnica psicoanalítica cuando interpretamos los tres cofrecillos como representación simbólica de tres mujeres. Si ahora nos aventuramos de nuevo a emplear el mismo procedimiento, emprenderemos un camino que al principio nos llevará a lo imprevisto e incomprensible, y luego, por un rodeo, quizá a un fin satisfactorio.

No puede menos de extrañarnos que la tercera y más excelente mujer posea en varios casos, a más de su belleza, otras determinadas singularidades. Trátase de cualidades que parecen tender a cualquier unidad, aunque, desde luego, no hemos de esperar encontrarlas igualmente señaladas en todos los casos: Cordelia se muestra hermética y sin brillo, como el plomo; permanece en silencio; ama y calla. La Cenicienta se esconde y hace que sea muy difícil encontrarla. No será ilícito, quizá, equiparar en estos casos la ocultación al silencio. De todos modos, éstos son sólo dos casos de los cinco propuestos. Pero resulta que también en otros dos hallamos algo semejante, si bien levemente indicado. Hemos comparado antes a Cordelia con el plomo. Pues bien: de este metal dice Basanio en el breve parlamento con que motiva su elección: Thy paleness moves me more than eloquence (plainnes, según otra lectura). O sea, tu sencillez me es más grata que la naturaleza chillona de los otros dos metales. El oro y la plata son chillones; el plomo, en cambio, es mudo, justamente como Cordelia, que ama y calla.

Las antiguas narraciones griegas del juicio de Paris no dicen nada de tal reserva de Afrodita. Cada una de las tres diosas habla al joven pastor e intenta decidir su elección con gratas promesas. Pero en una elaboración moderna de la misma escena surge singularmente aquel rasgo de la tercera, que en los otros casos nos ha llamado la atención. En el libreto de Offenbach La bella Helena, Paris, después de hablarnos de las promesas de las otras dos divinidades, nos cuenta cómo se condujo Afrodita en aquel concurso de belleza:

Y la tercera –sí, la tercera–, en pie al lado de las otras, permanecería muda. A ella le di la manzana, etc.

Si nos decidimos a ver concentradas en la mudez las peculiaridades de la tercera, hallaremos que el psicoanálisis nos dice que la mudez es, en los sueños, una representación usual de la muerte… También la ocultación, la imposibilidad de encontrar a alguien, como por tres veces le sucede con Cenicienta al príncipe, es, en el sueño, un símbolo indiscutible de la muerte, e igualmente la palidez extremada, a la cual alude la paleness del plomo en una de las lecturas del texto shakesperiano. La introducción de estas interpretaciones del lenguaje de los sueños a la forma expresiva del mito que nos ocupa se nos hará mucho más fácil si logramos hacer verosímil que también en otros productos, distintos de los sueños, el silencio debe ser interpretado como un signo de muerte…

Si nos es lícito seguir la dirección marcada por estos indicios, la tercera de aquellas hermanas, entre las cuales se ha de elegir, sería una muerta. Pero también puede ser algo diferente: la muerte misma o la diosa de la muerte. A consecuencia de un desplazamiento nada raro, las cualidades que una divinidad otorga a lo hombres son atribuidas a la misma. Este desplazamiento nos extrañará ahora menos tratándose de la diosa de la muerte, ya que en la interpretación y en la presentación modernas, aquí anticipadas, la muerte no es más que un muerto. Pero si la tercera de las hermanas es la muerte, sabemos ya también quiénes son todas ellas. Son las hermanas del Destino, las Moiras, Parcas o Normas; la tercera de las cuales se llama Atropos, la implacable.

Dicho esto para recalar en que el silencio, la muerte, no son sino figuras que muestran nuestra mortalidad, nuestro ser finito, irremediable… y es, con ello, con lo que debemos operar para hacer marcha en ese, nuestro breve tiempo

Dice Roberto Juarroz:

Decimos lo que decimos
para que la muerte no tenga
la última palabra.
¿Pero tendrá la muerte
el último silencio?
Hay que decir también el silencio.

La ligazón entre el decir poético y el decir psicoanalítico… El silencio del sujeto hace síntoma en el cuerpo, hace síntoma allí donde crece… en la oscuridad del inconsciente, allí donde se agota la energía por soportar la carga de su represión. El silencio de la boca favorece la muerte prematura, es un decir del cuerpo que no habla con palabras. Pero, también, hay un decir que se abre en el silencio, uno que hace marca. Ese silencio ha sido nombrado por Lacan como 'escansión', es un silencio para que diga, un silencio que pone límite al acto de repetir padeciendo.

Sin embargo, es el elemento temporal, la intervención de una escansión, lo que permite la inserción de aquello que puede tener un sentido para un sujeto.

Lo que en una máquina no llega a tiempo cae, simplemente, y no reivindica nada. En el hombre no sucede lo mismo, la escansión tiene vida, y lo que no llegó a tiempo permanece suspendido. De esto se trata en la represión.

No hay duda de que algo que no es expresado, no existe. Pero lo reprimido está siempre ahí, insistiendo y demanda ser. La relación fundamental del hombre con ese orden simbólico es precisamente aquella que funda el orden simbólico mismo: la relación del no-ser con el ser.

Lo que insiste para ser satisfecho no puede ser satisfecho sino en el reconocimiento. El final del proceso simbólico es que el no–ser llegue a ser, que sea porque ha hablado…

Así dice Jacques Lacan. Este tipo de intervención del analista preconizado por Lacan no deja lugar a la producción de enunciados que velen, que oscurezcan la enunciación metaforizada por el sujeto del inconsciente: el deseo. Es decir, corta el goce del parloteo (el de hablar por hablar, por pura satisfacción narcisista).

Y el resultado se advierte en el cambio de posición que se opera en dicho sujeto, entre el comienzo de la sesión -copado por enunciados que distorsionan y velan sus deseos- y ese preciso instante en que la metáfora atraviesa la barrera resistencial, indicando el momento de concluir.

El sofisma es lo que está detrás de la escansión. El sofisma no es simplemente un error, no es sólo un razonamiento falso, el sofisma es desde la Antigüedad una disciplina. El sofisma es una estratagema, una estratagema sofística que tiene por meta poner de relieve un fallo de la lógica… Es el punto donde el discurso se pone a prueba, porque falla una articulación significante que no lo puede normalizar. La invención de sofismas, la presentación de sofismas, el esfuerzo para resolver sofismas, es desde la Antigüedad un ejercicio que ha sido muy valorado como tal, para reflexionar sobre el logos.

La palabra que habla del silencio, el significante que está por detrás de ese silencio… abren nuevamente el juego para la vida…

Dioce Roberto Juarroz:

No se trata de hablar,
ni tampoco de callar:
se trata de abrir algo
entre la palabra y el silencio.

Quizá cuando transcurra todo,
también la palabra y el silencio,
quede esa zona abierta
como una esperanza hacia atrás.

Y tal vez ese signo invertido
constituya un toque de atención
para este mutismo ilimitado
donde palpablemente nos hundimos.

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