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Alguien más se lo puede preguntar

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Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Una noche con la lluvia

Programa emitido en septiembre de 2003

Entonces, imagina… Esa presencia cotidiana plena de creación, con la suavidad de la lluvia, la de hoy, cayendo sobre el mar, con la furia del mar enloqueciendo su costado, con las palabras de hacer el camino hacia otra tierra.

Imagina… que la alcanza, con la música que se ha hecho desear, con las palabras que se han hecho desear. Que, en el cuello de la noche, abraza su alma y la rodea de azahares, de fuego. Sí, ha pedido enloquecer. Ha pedido reciprocidad… Así, ella eslabona los minutos de la espera a su alma. Guarda con recelo aconteceres plenos, irrepetibles. Y, acentuando los vientos hace, de una lluvia de verano, un temporal.

Mientras escribe, la bandera que iza su corazón lleva el emblema de esa suerte de estampida, ya no más retenida.

Ella se arma guerrillera.
Se rodea de belleza para recibirlo. Pone el sol en el gris de la ciudad.
Coincidiendo con la espuma, sus pensamientos se desvanecen. Mientras crece un hueco suave con olor a albahaca, con gusto a besos.
Al tratar de dibujar el encuentro, se le hace impropia la formalidad.
Así, en ese nido colonial, dejará que se produzca el incidente. Tramitará la devolución de la herencia y quedará desnuda.
Frente al por-venir, la sola idea de un principio le excita los bordes.
Pero, ya, la huída no es sustantivo viable.
A tal punto, corola la mañana, el vacío. Ya no hace verbo del llanto. Ya no sucede ese surco en su mejilla.
Es un roce nuevo, de una respiración ajena. Es como una zamba lenta que olvida su pañuelo trenzado con el de él. Un él que hace un tajo en la cadencia ordinaria, que escapa del trazado, que mantiene el vuelo.
Ella no sabe ya cómo llamar a su vida, cómo nombrarla. Chorreando el dolor de la espina, ha conjugado el tiempo pasado.
Un paso otro le pone la mirada en la ventana, la arranca de la silla, le vuelve la cabeza, le hace la sorpresa de verle… a él… sonrisa, rodeada de hombre…
La herida de su miel, aguarda el ritmo de una mañana que cruza la plaza.

Y escribe, con nueva tinta:

Llamada por lo inhumano de la especie pierde las ansias de buscar la semilla del árbol rojo. Pierde la posesión de esta ciudad. Pierde aquel apellido que la liga a su próxima tierra. Pierde, también, la lengua callada y temerosa. Pierde, profundamente, todo lazo consecuente, todo hilván a la suerte echada, todo rasgo de cielos conocidos. Frente a la lluvia, acomoda su corazón a una espera.

En el instante fatal, él hace impronta en su mirada. Jugosa sonrisa. Joven en extremo. Pide su mano, la besa. Se sienta y la mira… con la descortesía de quien sabe de lo que será suyo aunque el paisaje haga un tajo bestial en los caminos. No dice nada, sólo mira el gesto de ella, desasido de todo ritmo, perdido de todo tono ciudadano. Luego de pasarle los ojos por el alma, le dice esa mortal figura dibujada por los labios del amante… Ella queda hecha errancia, recompensa. La foto de 'la vieja trova cubana' le trae un aire de libertad conocida. Un aire de aquella noche despierta entre Piazzola y otro idioma. Tras su tobillo, aquel que degustaba vinos, había subido hasta su verde.

Hoy, la imagen, desde la pared, le golpea en blanco y negro las fauces, le hace abarcar con su palma ese futuro condenado a realidad. Se ubica, entonces, en el centro de la barca y se deja mecer por el mar. En este caso, un mar de palabras prohibidas, insensatas. Estar rodeada de ciudades no es para ella. Dibuja así, el próximo destierro. Con la llegada de él se hace el horror. Su selvática condición de trashumante la somete a partituras no soñadas. No hay respiración que pueda darle el aire que su presencia le quita. Sólo hay esa frescura de caricia hecha azar sobre su vida. Acribillada por sus ojos no debe apresurarse, debe respetar, de la espiga, su florecimiento.

¿Cómo poder reunir en un manojo toda la paciencia? Ayer, un té de coca y las leyendas de un lobo nocturno le habían pulverizado las buenas costumbres. Hoy, su corazón puede ir hacia delante. Pero, en el instante de perder todo, las miradas hacen las lanzas de dañar… Entonces, ella es batalla contra su piel, desde el lado de adentro. Ella todavía quiere conciliar otros ojos con la magia… No termina de saber que ese lazo no se presentará nunca. Lentamente, él hace su movimiento de cortejo, le acomoda el pelo, le acaricia la cabeza, la besa en la frente… Al tiempo que se levanta para guiarla al infierno, ella descubre que los demonios ya han invadido su juventud.

Mientras trastabilla en el camino, se encuentra con la vergüenza. Y, hablada por ella a la razón, le da importancia.

La jugosa sustancia extraída de la lentitud de este pasaje le ofrece la explicación de su falta. Frente a su costado menos fluido, baja los ojos y marcha, a pesar de todo… Tomada de una mano que sabe ir, ella, también, va… va hacia la peste con que él quiere contagiarla. La dificultad para su fecunda entrega habla de su importancia. Casi a salvo de sí misma, hace lo que su alma le dicta. Se fragmenta en sueños, para desparramarlos sobre la piel de él. Y él, le da la llave de su última canción. Así, descubierta, advierte que es, el juego de la bruma, el obstáculo hacia las cosas grandes. Entonces, ella, en un día cualquiera, ha hecho la ganancia de ir contra su propia voluntad… Mientras la lluvia la lava pensamientos vulgares, la lava de toda mancha hecha por innobles.

(Así describía, en su diario, Juana de Yala, el encuentro con quien sería su marido…)

Flores de Tamarindo

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