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Alguien más se lo puede preguntar

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Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Códigos de honor / amistad

Programa emitido en mayo de 2003

Por mi usted muérase, a mí me importa su salud mental

Co-digo, digo junto con el otro… que no es igual a decir a medias. Si digo con el otro, no digo nada, nuestro ser no habla, el que habla es el sujeto… por sujetado a ese código que el Otro dicta.

Dice J. Lacan:

Si partimos del discurso, el primer punto en que el discurso encuentra a la otra cadena que llamaremos la cadena propiamente significante, es, desde el punto de vista del significante, lo que acabo de explicarles, a saber, el haz de los empleos, dicho de otro modo: lo que llamaremos el código; y es muy necesario que el código esté en alguna parte para que allí pueda haber audición de ese discurso. Este código, está muy evidentemente en el gran A, está ahí, es decir, en el Otro en tanto que es el compañero de lenguaj

Dice Alfred Víctor de Vigny

El honor es la poesía del deber.

O sea, es un honor que nos manden, es un honor el deber… porque somos eternos deudores. Tenemos la impresión de que nos estamos comunicando con el otro pero esto es un error del código. No es posible comunicarse dado que somos hablados, allí, donde creemos estar hablando. Además, no se puede decir todo. Ya que queda siempre algo por decir porque las palabras no nos alcanzan. Son pocas las palabras para decir, por lo tanto, la verdad es a medias, ya que no es posible decir algo, sin dejar de decir otra cosa. Si a esto le sumamos que, al código, nos lo dio el Otro, que además nos pre-existe, entonces, el honor y la amistad, están para suplir la ausencia del instinto gregario… como un modo de no morir -defensa de la especie-.

La humanidad debe inventar un código, pues, entonces, que sea ético, y que sea el del bien decir. Y, aquí, viene Freud a darnos su razón: Nunca se sabe a dónde puede llevarle a uno tal camino; se empieza por ceder en las palabras y se acaba a veces por ceder en las cosas.

La ética en el cuerpo es ir más allá de la vergüenza de enfermar, de padecer, o de morir prematuramente. Por ello, el único código, es el del deseo… el del deseo de decir… Por mi usted muérase, a mí me importa su salud mental

El único código de honor…

Pero ¿qué es el honor? Dignidad, decoro, honra, consideración… Una conducta, una manera de conducirse o comportarse una persona. Y ¿de dónde parte esa conducta, esa moral, esa ética? Tal vez, debamos pensar que la ética y la moral se tocan en el punto de partida de su construcción, en el del juego de su existencia.

En Tótem y Tabú, en ese texto del padre primordial muerto por los hijos, Freud habla de las razones que llevan a la instauración de las leyes para el funcionamiento de un grupo: …No acertamos a ver por qué un instinto humano profundamente arraigado habría de necesitar ser reforzado por una ley. No hay ley para ordenar al hombre que coma y beba o para prohibirle introducir sus manos en el fuego.

Los hombres comen, beben y mantienen sus manos lejos del fuego instintivamente, por temor a los castigos naturales y no legales que se atraerían conduciéndose en contra de su instinto. La ley no prohíbe sino aquello que los hombres serían capaces de realizar bajo el impulso de algunos de sus instintos.

Lo que la Naturaleza misma prohíbe y castiga no tiene necesidad de ser prohibido y castigado por la ley. Asimismo podemos admitir sin vacilación que los crímenes prohibidos por una ley son crímenes que muchos hombres realizarían fácilmente por inclinación natural. Si las malas inclinaciones no existieran, no habría crímenes, y si no hubiera crímenes, no habría tampoco necesidad de prohibirlos.

De este modo, resulta que en lugar de deducir de la prohibición legal del incesto la existencia de una aversión natural hacia el mismo, deberíamos más bien deducir la de un instinto natural que impulsara al incesto, admitiendo asimismo que si la ley reprueba este instinto, como tantos otros instintos naturales, es porque los hombres civilizados se han dado cuenta de que su satisfacción habría de ser perjudicial desde el punto de vista social.

A esta notable argumentación de Frazer puedo añadir por mi parte que las experiencias del psicoanálisis muestran la imposibilidad de la existencia de una aversión innata a las relaciones incestuosas. El psicoanálisis nos enseña, por el contrario, que los primeros deseos sexuales del hombre son siempre de naturaleza incestuosa, y que estos deseos reprimidos desempeñan un papel muy importante como causas determinantes de las neurosis ulteriores.

Dicho esto, con detalle, del incesto… pero, también, incluye al asesinato y al canibalismo. Tres leyes que, de no sernos impuestas, nos ubicarían , permanentemente, frente al peligro que significaría acercarnos a otros… Con la prohibición y la censura, el límite hace a la conducta posible. A la conducta y a sus leyes, a la ética.

Entonces, a partir de buscar la idea del bien-hacer, nos confrontamos con su opuesto, el mal-hacer. Repetimos con Lacan… El hombre en su acto tiende hacia un bien. El análisis revaloriza el deseo en el principio de la ética. La propia censura, al comienzo única figuración de la moral, toma de él toda su energía. Parece no haber otra raíz de la ética.

Así, el camino nos señala un concepto ineludible… el de los límites. Límites para no pisotear el territorio del otro, el del par… límites para no mancharlo con nuestras miserias… Pero no es sólo la consideración por el otro lo que estimula al sujeto a deambular por estos senderos. Es su vuelta… Si el otro no mantiene su conducta dentro de un cauce, si no limita su ambición de gobierno y sometimiento, la matanza es la única consecuencia…

Así, el honor en la conducta, la ética en el comportamiento, son las maneras del amor, del buen amor, hacia los otros… y hacia uno mismo.

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