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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Cómo nos manejamos con la gente

Programa emitido en abril de 2003

Dice Freud, en 1889,

Fue mi primer intento de manejar este método terapéutico; yo estaba aún muy lejos de dominarlo.

Esto nos pone en la pista del dominio… En principio, con intención de dominar al otro –cosa no conseguida aún– intentamos manejar–lo, sin sospechar que estamos nosotros mismos bajo un dominio anterior.

En la época en que el niño aprende a manejar el léxico de su lengua materna.

Lalengua materna y el malentendido del código… Somos hablados por ese otro, desde siempre. Somos recortados, marcados, hablados por palabras ajenas, con códigos que intentamos hacer propios. Nuestras frases, nuestro modo, así, se hallan sometidos al tesoro del significante y sujetos a la significación dada.

Freud nos dice en El chiste y su relación con el inconsciente, en 1905,

… la conducta del niño mientras aprende a manejar su idioma y la del adulto que se halla bajo los efectos de una acción tóxica. En la época en que el niño aprende a manejar el tesoro verbal de su lengua materna le proporciona placer de experimentar en juego (Groos) con este material y une las palabras sin tener en cuenta para nada su sentido, con el único objeto de alcanzar de este modo el efecto placiente del ritmo o de la rima. Este placer, prohibido al niño por su propia razón, lo deja limitado a aquellas uniones de palabras que forman un sentido. Todavía en años posteriores da la tendencia a superar las aprendidas limitaciones en el uso del material verbal, muestras de su actividad en el sujeto, haciéndole modificar las palabras por medio de determinados afijos, transformar sus formas merced a dispositivos especiales (reduplicación) o hasta crear, para entenderse con sus camaradas de juego, un idioma especial.

Nuestro vínculo con el otro es un manejo claro y preciso de la repetición. Un lugar donde se perdió el juego y la alegría de lo creativo, para ser pauta y recorte de un código.

El poeta no puede dedicar sino muy escaso interés al origen y a la evolución de estados anímicos, que describe ya plenamente constituidos. Resulta, pues, inevitable que la ciencia entre también a manejar con mano más torpe y menor consecución de placer aquellas mismas materias cuya elaboración poética viene complaciendo a los hombres desde hace milenios enteros. Todas estas observaciones habrán de justificar nuestra tentativa de someter también a una elaboración estrictamente científica la vida erótica humana

El psicoanálisis nos ha enseñado a manejarnos con una sola libido, aunque sus fines, o sea, sus modos de gratificación, puedan ser activos y pasivos.

Nos dice Lacan:

La lógica no se soporta más que donde se la pueda manejar en el uso de la escritura, pero nadie podría asegurar que alguien que habla de eso dice algo. Es lo que hace tomar como supuesto, es por esto que es necesario recurrir al aparato de la escritura.

Si el modo de manejarnos, como lo dice la frase, es el modo con el cual nos manejaron, habría que quebrar el esquema pre–establecido, dejar que la libido se exprese en palabras, allí donde la poesía haga decir… por ejemplo… sobre un vínculo de amor.

Hemos perdido juntos tanta nada
que el hábito persiste y se da vuelta
y ahora todo es ganancia de la nada.
El tiempo se convierte en antitiempo
porque ya no lo piensas.

Hemos callado y hablado tanto juntos
que hasta callar y hablar son dos traiciones,
dos sustancias sin justificación,
dos sustitutos.

Lo hemos buscado todo,
lo hemos hallado todo,
lo hemos dejado todo.

Únicamente no nos dieron tiempo
para encontrar el ojo de tu muerte,
aunque fuera también para dejarlo.

Roberto Juarroz

El Señor de las Horas, personaje sugestivo, claramente relevante en su dantesco discurso, dijo:

Una metáfora es un atajo. Un short–cut que patentiza una vivencia, eliminando un sobrante de palabras.

Un posible y directo darse cuenta que lanzamos al interlocutor válido, en un afán de quemar etapas accesorias, cuando interesa ir más allá… al meollo del discurso. Es como un proyectil, ni bueno ni malo en sí, donde solamente habrá de contar la intencionalidad que acompañe a la velocidad del impacto.

Son la utilidad o el sentido. Y uno mismo, librado a la elección solitaria de apetencias finitas o infinitas, opta por plasmar la paradoja de la Vida: Sobrevivir o Trascender. Ser luz que enceguece en la palabra o que ilumina sin deslumbrar (siempre o de a ratos) aquellas cosas que inevitablemente nos acompañan y nos hacen SER.

Las metáforas de la más depurada ciencia o del más sublime cuarteto, no dejan de ser otra cosa que… palabras. Fonemas y grafemas que inevitablemente han de traicionar al sutil espíritu reverberante. Hay un territorio, inexorablemente humano, lindero inefable de lo infinito y lo pequeño.

Parcelas donde lo cuantitativamente simple desvela las fugaces fronteras de lo Absoluto… Hay cien mil millones de soles por cada uno de los granos de arena de todas las playas de la Tierra.

No es menos cierto que tanta infinitud puede contenerse en dos miradas que se cruzan, palabras por decir que amenazan el alma. Enorme apetencia de infinitos… que complace la eternidad de un universo. Bebiendo presencias, en un segundo, se puede llegar a las estrellas.

La gente… los otros… espejos de nuestras virtudes y nuestras debilidades… A veces, la proyección gobierna…

Proyección es un término utilizado por Sigmund Freud a partir de 1895, esencialmente para definir el mecanismo de la paranoia, pero retomado más tarde por el conjunto de las escuelas psicoanalíticas como designación de un modo de defensa primaria, común a la psicosis, la neurosis y la perversión, mediante el cual el sujeto proyecta sobre otro sujeto o sobre un objeto algunos deseos que provienen de él pero cuyo origen él mismo desconoce y atribuye a una alteridad exterior.

La definición de la proyección que daba en 1904 el Diccionario de conceptos filosóficos de Rudolf Eisler, como proyección de la sensación (Empfindung) o desplazamiento hacia el exterior (Hinausverlegung) de los contenidos sensoriales táctiles o visuales, permite rastrear el trayecto por el cual esta noción –lugar común en el contexto psico–filosófico de la época, según lo atestiguan unas cincuenta referencias–, llegó a conquistar sus títulos en la teoría psicoanalítica. Desde esta última perspectiva, el primer mojón aparece con el esbozo de un análisis de la paranoia en la correspondencia con Fliess (manuscrito H, del 24 de enero de 1895). Basándose en la observación de una perseguida que decía ser compadecida por sus vecinos porque la consideraban abandonada por un hombre con el que había tenido un contacto sexual fugaz, Freud define una defensa paranoica caracterizada precisamente por el mecanismo de proyección, abuso, escribe además, de un mecanismo psíquico muy corriente en la vida normal. Él relaciona su origen y función con la constitución de la expresión en efecto, estamos acostumbrados a ver que nuestros estados interiores se le revelan al prójimo, lo que da lugar a la idea normal de ser observado y a la proyección normal. Estas reacciones no dejan de ser normales mientras permanezcamos conscientes de nuestras propias modificaciones interiores. Si las olvidamos, si sólo tomamos en cuenta el término del silogismo que desemboca en el exterior, tenemos una paranoia con sus exageraciones relativas a lo que la gente sabe de nosotros y a lo que nos hace; ¿qué conoce de nosotros que nosotros ignoramos o no podemos admitir? Se trata de un abuso del mecanismo de proyección, utilizado como defensa.

Retomamos, entonces… un mecanismo psíquico muy corriente en la vida normal… esto es, un mecanismo que pone en juego el desplazamiento de lo interior sobre esa pantalla que es el otro… El otro no me ama, cuando soy yo el que ya no amo… El otro me cuestiona, cuando soy yo el que cuestiono… El otro no me comprende, cuando soy yo el que no comprendo… El otro me mira mal, cuando soy yo el que no puedo mirar bien…

Así, y considerando sólo este modo de tergiversar realidades, vemos que la relación con el otro es tortuosa. Ya que el otro, siempre, representa un otro anterior, un otro primordial, un otro que ha hecho las marcas de nuestra personalidad, de nuestro modo de entender las reglas de ciertos juegos… ¿Será por ello que hablamos tanto de los demás y tan poco de nosotros mismos?

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