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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Poder o no poder con la vida…

Programa emitido en septiembre de 2003

Para poder con la vida quizás haya que perder el miedo…

Jacques Lacan nos dice, a nosotros analistas… y, también, a todos los que nos enrolamos en las filas del levantamiento de los velos… Así es como aquel para quien el problema del deseo se reduce al levantamiento del velo del miedo, deja envueltos en ese sudario a todos los que ha conducido… Henos aquí pues en el principio maligno de ese poder siempre abierto a una dirección ciega. Es el poder de hacer el bien, ningún poder tiene otro fin, y por eso el poder no tiene fin, pero aquí se trata de otra cosa, se trata de la verdad, de la única, de la verdad sobre los efectos de la verdad. Desde el momento en que Edipo emprende ese camino, ha renunciado ya al poder. ¿A dónde va pues la dirección de la cura? Tal vez baste con interrogar a sus medios para definirla en su rectitud. Observemos:

  1. Que la palabra tiene en ella todos los poderes, los poderes especiales de la cura;
  2. Que estamos bien lejos por la regla [fundamental] de dirigir al sujeto hacia la palabra plena, ni hacia el discurso coherente, pero que lo dejamos libre de intentarlo;
  3. Que esa libertad es lo que más le cuesta tolerar;
  4. Que la demanda es propiamente lo que se pone entre paréntesis en el análisis, puesto que está excluido que el analista satisfaga ninguna de ellas;
  5. Que puesto que no se pone ningún obstáculo a la confesión del deseo, es hacia eso hacia donde el sujeto es dirigido e incluso canalizado;
  6. Que la resistencia a esa confesión, en último análisis, no puede consistir aquí en nada sino en la incompatibilidad del deseo con la palabra.

Proposiciones que tal vez todavía haya algunos, e incluso en mi auditorio ordinario, que se asombren de encontrar en mi discurso…

Así, entonces, poder con la vida… es estar a favor de ella, es perder el miedo, es abalanzarse sobre esas palabras que, degolladas de significados dados, son el medio para enlazarnos a nuestro deseo… ese, que habrá que rebuscar entre los del Otro y ponerle nuestra rúbrica… ese que deberá ser desprestigiado de todo juego que signifique las miserias del poder… Alguien ha dicho:

Ese poder es una suerte de fuerza separada de su nódulo motor, una fuerza que se alimenta de la impotencia relativa o total que provoca en las víctimas que se le someten. Porque la impotencia es el reverso necesario del poder: es el poder visto desde abajo, desde ese pequeño bote que su vertiginoso maëlstrom mantiene en órbita, desde cualquiera de los trabajosos logros de sudor y paciencia que su organización nos impone, hurtándonos por su imposición misma la fuerza necesaria para realizarlos venturosamente. La impotencia es el desvaído dibujo en tinta violeta pálida con que sella nuestra carne sometida el sello del poder.

Pagamos con impotencia el mantenimiento del poder: el reflejo mismo del poder en nosotros, aquello que en nosotros se reclama partícipe del poder, ahí reside la clave de nuestra impotencia. Porque sólo podemos en tanto que hay poder, es decir, poder distinto de nosotros, reflejado en nosotros, poder distinto a nosotros que se manifiesta a través de nosotros. Decir que nosotros no podemos es otra forma de decir que sólo el poder puede: pero también equivale a decir que nosotros sólo podemos en tanto que participamos y sustentamos el poder.

De allí que se haga necesario ese despojarse… ese perder las vestiduras que instalan en lugares que garantizan futuro… La vida… es darse la posibilidad de ser… de ser en ella… También, perdiendo el narcisismo que deja solo e ignorante de la errancia indispensable para saber hacer…

Ya lo señala la fábula china… A un mono vanidoso que alardeaba de su habilidad y agilidad sin límites, el Buda le desafió a que saliese fuera de su mano, prometiéndole en caso de lograrlo una gran recompensa. El mono dio un salto prodigioso y desapreció en lejanía. Cuando estuvo fatigado de tanto correr y le pareció haber llegado inconmensurablemente lejos, se detuvo; para dejar constancia de su hazaña, se aproximó a un grupo de cinco enormes árboles rosados que allí crecían y escribió bajo uno de ellos: Hasta aquí llegó el más Inteligente. Luego se apresuró a volver y reclamó del Buda su bien ganada recompensa. No ha lugar, le dijo éste, mostrándole su mano: en la base de su dedo medio se veía escrito el orgulloso alarde del mono…

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