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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Cuando nos hacemos cargo

Programa emitido en abril de 2003

Como es nuestra costumbre, las letras nos cuentan…

Cargo: carga, peso. Obligación. Falta que se imputa a uno en su comportamiento… Del latín ‘carricare’ que, a su vez, proviene de ‘carrus’, voz latina de origen céltico.

Es decir, cargar con la responsabilidad, cargar con el peso de ser responsable. También, tener la obligación de ser responsable. Si no se la cumple, f alta, entonces, para con el propio ser… Sin más, queda dicho, la carga de ser es una obligación… De modo contrario, la de no ser, es un peso que abrevia la vida.

Y, para hacerse cargo, es necesario, primero, descargarse… es decir, vaciarse de pesos extras que someten la voluntad y el corazón a perderse de los brillos y acertijos con premio que la vida propone. Y así, luego, desde el vacío, construirse.

Hacerse cargo de la propia construcción, en lo individual, en lo grupal (que, en estos días, merece no olvidarse), se relaciona con que se haga peso en nosotros cierto color de seriedad. Que sea una obligación andar erguido y sin sombras. Que no hayan faltas que nos puedan imputar.

Es decir, de lo que se habla es de ese trabajo de hacer-se… de hacer-ser… Desde el psicoanálisis, diremos, con Lacan…

Lo que llamo ceder en su deseo se acompaña siempre en el destino del sujeto, lo observarán en cada caso, noten su dimensión, de alguna traición. O el sujeto traiciona su vía, se traiciona a sí mismo y el lo aprecia de este modo. O, más sencillamente, tolera que alguien con quien se consagró más o menos a algo haya traicionado su expectativa, no haya hecho respecto a él lo que entrañaba el pacto, el pacto cualquiera sea éste, fasto o nefasto, precario, a corto plazo, aún de revuelta, aún de fuga, poco importa.

Algo se juega alrededor de la traición cuando se la tolera, cuando, impulsado por la idea del bien, entiendo del bien de quien ha traicionado en ese momento, se cede al punto de reducir sus propias pretensiones y decirse: pues bien, ya que es así renunciemos a nuestra perspectiva, ninguno de los dos, pero sin duda tampoco yo, vale más, volvamos a entrar en la vía ordinaria. Ahí, pueden estar seguros de que se encuentra la estructura que se llama ceder en su deseo.

Franqueado ese límite en el que les ligué en un único término el desprecio del otro y de sí mismo, ya no hay retorno. Puede tratarse de reparar, pero no de deshacer. ¿No es este un hecho de experiencia que nos muestra que el psicoanálisis es capaz de proporcionamos una brújula eficaz en el campo de la dirección ética?

Les articulé pues tres proposiciones. La única cosa de la que se puede ser culpable es de haber cedido en su deseo. Segundo, la definición del héroe, aquel que puede ser impunemente traicionado. Tercero, esto no está al alcance de todo el mundo y es la diferencia entre el hombre común y el héroe, más misteriosa pues de lo que se cree. Para el hombre común, la traición, que se produce casi siempre, tiene como efecto el arrojarlo definitivamente al servicio de los bienes, pero con la condición de que nunca volverá a encontrar lo que lo orienta verdaderamente en ese servicio.

Finalmente, el campo de los bienes, naturalmente eso existe, no se trata de negarlos, pero invirtiendo la perspectiva les propongo lo siguiente, cuarta proposición. No hay otro bien más que el que puede servir para pagar el precio del acceso al deseo, en la medida en que el deseo lo hemos definido en otro lado como la metonimia de nuestro ser. El arroyuelo donde se sitúa el deseo no es solamente la modulación de la cadena significante, sino lo que corre por debajo de ella, que es hablando estrictamente lo que somos y también lo que no somos, nuestro ser y nuestro no-ser, lo que en el acto es significado, pasa de un significante a otro en la cadena, bajo todas las significaciones.

Entonces, hacerse cargo es ser héroes en la propia historia, no ceder ante el propio deseo…

Dice Jorge Luis Borges…

Y uno aprende

Y uno aprende…
después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma.

Y uno aprende
que el amor
no significa recostarse
y una compañía
no significa seguridad.

Y uno empieza a aprender….
que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas
y que uno empieza a aceptar sus derrotas
con la cabeza alta y los ojos abiertos.

Y uno aprende a construir
todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno del mañana
es demasiado inseguro para planes…
y los futuros tienen una forma
de caerse en la mitad.

Y después de un tiempo uno aprende
que si es demasiado,
hasta el calorcito del sol quema.
Así que uno planta su propio jardín
y decora su propia alma,
en lugar de esperar
que alguien le traiga flores.

Y uno aprende….
que realmente puede aguantar,
que uno realmente es fuerte,
y que con cada adiós uno aprende .

El por qué de la elección de este poema, tal vez sea claro para todos… hacerse cargo, en principio, parece ser, no hacer responsable o culpable al otro de todo aquello que nos sucede –casi como un facilismo de especie… siempre hay alguien a quien mirar de manera inquisidora, señalando sus errores y las consecuencias correspondientes–.

Hacerse cargo es saber que no hay inocencia en el accionar propio ni excusa que se sostenga, que como mínimo se es cómplice de aquello que sucede y que nada puede acontecer, en la vida de uno, sin que tengamos algo que ver con ello.

Dice Jacques Lacan, en El Deseo y su interpretación

Es, precisamente, al hacerse cargo de este dolor, que el sujeto enceguece por su proximidad, por el hecho de que en la agonía y en la desaparición de su padre, es algo que lo amenaza, que ha vivido y de lo cual se separa actualmente por esta imagen reevocada, esta imagen que lo reúne nuevamente con algo que separa y que modera al hombre, en esta suerte de abismo o de vértigo que se abre en él cada vez que está confrontado con el último término de su existencia; es decir, justamente, lo que él necesita interponer entre él y esta existencia, es, en la ocasión, un deseo.

Entonces, hacerse cargo no es cargar, es accionar.

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