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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Lo viejo

Programa emitido en noviembre de 2002

Lo viejo conocido, lo familiar, lo nuestro, aquello que no queremos abandonar.

Todo tiempo pasado fue mejor reza el acerbo popular, tan mejor fue, que nos negamos abandonarlo, por lo cual, lo hacemos presente y futuro todo el tiempo, en los actos, en los lamentos, en los dramas, en las lágrimas, en los suspiros, en las miradas esperanzadas.

Lo viejo y los viejos, eso que parece que moviera ternura como un calorcito íntimo. Oh!, dulce melancolía.

Pero… lo viejo no es lo adulto, lo viejo es aquello que no tiene posibilidades de crecer, sólo de envejecer más, de deteriorarse, eso que no se sorprende de nada, porque nada importa, lo viejo es lo muerto que aún respira.

Decididamente, lo único viejo que se puede apreciar son las antigüedades, eso que guarda los resortes de una estética de blasones.

La eternidad no es reducto de lo humano, la vida no se soporta, ya lo hemos dicho, siguiendo la textura de Freud: se muere por razones internas y para repetir lo del poeta nos colocamos un disfraz de vejez, rápidamente. No se trata de gestos, marcas de vida, se trata de rostros surcados de arrugas como pergaminos ajados. Falta, falla en la dignidad de aceptar la gota del naufragio del ser en las aguas del saber.

Sólo gasto y desgaste burdo, gratuidad de gestos para alcanzar el final y la tan ansiada homeostasis, no surcos por donde la vida hizo camino de guerra y amor, valor y libertad, en lo puro de una acción vital.

Morir en tiempo y forma para decir de la vida vivida hasta la última gota de deseo, ese a alimentar con el riesgo de pérdidas y ganancias.

No envejecemos, nos disfrazamos para entrar en la muerte dice el poeta.

Envejecer para aceptar dejar la vida, esa vida que no es porte, vida que no aporta margen al decir de lo opuesto de los puertos crecidos y caídos del estupor.

Viejo que no es más que simulacro.

Órganos que no hacen música sensual, que sólo gestan gritos, en forma de ruidos guturales, expandiendo cada rincón de un cuerpo que no acepta tanto maltrato, prematurez de la cobardía de un sujeto.

En lo jugoso de la letra, en ésta, se presenta la habladuría, la mal-dic/ción, también. Por maldita, herética, pecadora y por mal dicha, mujer, idolatrada. Así son las palabras, paradojales, así es la vida. Temas errantes que tocan a nuestra puerta, en cualquier momento, en cualquier lugar… y desencadenan esas cadenas de asociaciones que sólo tienen un sentido, el del sin-sentido, el único capaz de conmovernos… Hay una frase, siempre conmovedora, siempre certera: …se empieza por ceder en las palabras y se acaba a veces por ceder en las cosas., dicha por Freud. La dicha de Freud, no haber cedido. Del mismo modo, la nuestra.

Viejos decires que nos han hecho lo que somos, entre tras cosas, psicoanalistas… Esto para decir que, lo que nos dice esta versión del habla, tiene distintos modos de golpearnos. Por una lado, la blasfemia, por el otro, lo sacro de su vuelto. Es como tener dos espaldas, una para portar excesos, la otra para respaldar nuestro propio bien. Ese inútil, perdurable, único capaz de hacernos la vida. Diremos, además, que esta manera de des-hilachar las letras suele llevarnos al borde de los precipicios… también, a los principios. Siempre se trata de principiar una cuenta. Es decir, siempre se trata de una opción. Cuando llegada, siempre bienvenida. Cuando apremiante, in-cómoda. Pero de eso se trata, de lo que no hace la comodidad de lo mortífero, la banalidad de lo mediocre. Así juegan los apremios, como premios o como falta de ellos. Y, por más que se quiera culpar al clima o a los gobiernos, nunca se tratará de otra cosa, siempre será nuestra responsabilidad.

Entonces, apremiados por la toma de posición, lo viejo nos llega… y eso llegado o ese legado puede leerse como lo que conservamos por tradición, traicionando nuestras novedades… o como aquello que hizo principio del camino… O, dicho de oro modo, se trata de una elección, entre aquello que hace arrastrar nuestros pies, haciendo pérdida de lo luminoso… o aquello que, debajo de todo, hace las bases, inaugura la propia letra, nos pone alas.

Decíamos, se trata de una elección… elecciónyo elijo, yo, el hijo… Hijo que adolece de atravesar su adolescencia… o hijo de una causa que causa su vida… No es azaroso (siempre se trata de una sola carta) que, ante lo viejo, se presente el hijo… Ese viejo podrá ser Ley, podrá ser trampa… pero, siempre, al hijo, le dará su versión de la palabra. Y estará en sus manos adaptarse o servirse de ella…

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