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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Lo nuevo

Programa emitido en noviembre de 2002

Lo nuevo empantanado en lo novedoso. La raíz de lo nuevo catapulta su misterio y se des-atreve a la lujuria del verso descompuesto. Estamos ante el umbral de una nueva moral, consumismo, compuertas atormentadas de fracasos virtuales.

Nove-dar el emblema de un libertinaje en masa, amasados por el ombligo de un sueño social, el de la satisfacción plena, el de la vida eterna, protegidos por la mortalidad continua de las adquisiciones.

En las llamadas sociedades de consumo, los objetos ya no se producen desde el desorden de una mano de artesano que le impone a cada una de sus/obras el sello de una diferencia, así el hombre en la posesión de la obra, es nombrado como único en la posesión del bien.

Dichos objetos, no están dirigidos a la satisfacción de necesidades primordiales, tampoco a la satisfacción de necesidades secundarias, -no por menos reales- , como la comodidad, el goce estético, etc.

Se trata en estos nuevos objetos dependientes de esta nueva moral, de funcionalidad, de utilitarismo. Se trata del hombre que, en colisión con el sistema, queda enajenado en sus definiciones.

Entra en el sistema o no entra en el sistema, de esto depende su status, su relevancia social, atravesado por la vergüenza de no ser y la mortalidad, los objetos en constante proceso de desaparición, lo protegen de la angustia que resta lustre a su prestigio.

¿Qué vida nos convoca sometidos al zaping? En el centro del consumismo se trata de zaping, precesión del consumo sobre la acumulación, huida hacia adelante, inversión forzada, consumo acelerado, inflación crónica, fracción de trabajo servil que se adeuda de antemano al señor feudal.

El trabajo precede a su producción, no conlleva blasones, no son los platos de la abuela que más tarde usará con orgullo la nieta, son objetos profundamente perecederos, no me los legó nadie, no se los legaré a nadie, no me mancillan con el horror de lo que mi destino humano me muestra a diario, la finitud, el envejecimiento... Objetos que llevan la marca de la defección, el hombre ha comprometido su porvenir en una empresa simultanea de domesticación de las energías naturales externas, de la energía libidinal interna, de la tentación del fin de una sexualidad amortizada en cómodas cuotas de bastones sin bastiones, de esa huida hacia adelante del orden técnico, orden que, resentido como amenaza y fatalidad, impide la recurrencia del sistema regresivo... que no es otro que la muerte.

Freud nos remite al mito de Prometeo para indicar el modo de conquista que da cuenta de la creación y sus consecuencias. Razones humanas son las que llevan al hombre a desear y huir de la búsqueda de superación de lo inexorable del destino.

Prometeo, titán, demiurgo, creador de hombres, o sólo un Dios diferente que roba el fuego divino para entregarlo a los hombres. Anhelo humano de no quedar apresado en un destino.

Poseer el fuego fue, para nuestros ancestros, de suma trascendencia, conservar los frutos con que se alimentaban superando el proceso de descomposición rápida, iluminar la oscuridad, doblar la dureza del metal, dureza que no doblegaban sus manos potentes, matizar la alternancia y la voracidad del frío en los huesos humanos.

No es posible imaginar a estos hombres sin fuego. Su conquista fue soberana en sus hombros que taladraban su inclemencia de partituras exhaustivas.

Pero Freud se pregunta por qué se consideró un robo, por qué el agente de ese hurto fue condenado a padecer el ataque de un buitre que, cada día, le comía el hígado, hígado que, al regenerarse (como los actuales objetos en serie que se sustituyen sin pérdida alguna de características particulares) era para Prometeo la seguridad de renovación del cruel martirio de cada día...

En Tótem y Tabú Freud indica que los primitivos apagaban el fuego con la orina, esto sin duda era, nos dice el maestro, un goce homosexual.

En ese tiempo, el ser humano aprendió a conservar el fuego a cambio de la renunciación a apagarlo. Suspender esa satisfacción le permitió avanzar sobre su destino.

Freud dice que apagar el fuego orinando era una forma de ponerle un límite a Dios, esto es, al gran otro que nos quiere llevar por un destino prefabricado.

Esta conquista es un modo creativo de obtención con las consecuencias de pérdida de goce y obtención de goce. Pérdida de aquellos goces que lo apartan de la creación o le sustraen el elemento para crear.

De esto se trata, en lo nuevo, de crear, no de someterse a la serie de los objetos que no hacen diferencia. La buena nueva, lo novel del estado del novio, la novedad de la novela...

Así, enlazadas y no por azar, estas palabras nos guían. Se dan la mano y nos apremian la mirada hacia ese lugar de rechazo, de dificultad. Todos lo sabemos, lo nuevo... pone nervioso. Nos pone en el nervio de la neurosis. Es decir, nos enerva...

Lo nu-evo es lo que nos lleva a una edad de conquista de otro tiempo, de otro espacio, y alude, sin dudas y con alas, a otro reino... (evo es término de la poesía y de la teología).

Un reino donde pueden crecer nuevas manos de tormenta, nuevos dedos de marear destinos y hacer que se muerdan la cola... Nuevas rayas en la zebra, nuevos nudos para amordazar a la muerte.

También, un reino que nos habla de un lugar donde letras y números dicen de lo mismo... ya que la denominación del número nueve está relacionada, en varias lenguas, con la palabra nuevo: novem-novus (latín), nine-new (inglés), neun-eu (alemán), nava-navas (sánscrito).

Un reino-nueve que, al tocar lo contado, lo hace ser nuevo, o lo que es lo mismo, ser cero. Lo nuevo, lo cero, el principio de toda cuenta, el primer registro...

Hay un juego de estirpe muy vieja, quizás el juego más viejo del mundo, que se llama Nueve Hombres de Morris. Estos nueve empezaron siendo tres y, como nuestro ta-te-ti, marchaban por diagonales...

Pero, retornemos a este tiempo, a este noviembre (mes nueve, antes de agregarse julio y agosto al calendario romano), y hagamos votos para un juego menos familiar, más ajeno, más potente en su visión de lo sin-nombre, menos rígido en su marcha.

Fundemos, como paridores luego de nueve meses, la vertiente enriquecida, fuera del hábito y las malas costumbres, esas, siempre las mismas. Hagamos el aparte del dolor. Arriesguemos la tropilla de caballitos indecentes, purifiquemos el paraíso terrenal de tanta escoria de silencio, de tanto verbo repetido. Hagamos poesía y no recemos novenas...

Porque, no lo olvidemos, ya lo ha dicho Freud,

La novedad será siempre la condición del goce

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