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Alguien más se lo puede preguntar

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Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

La incondicionalidad del amor…

Programa emitido en mayo de 2003

Prevenirse, precaverse, protegerse, adornarse, a propósito de un concepto que nos orienta en la oscuridad de los humanos flujos: el agalma, para introducir, como aporte del psicoanálisis, una articulación esencial en la cuestión de la naturaleza del amor, que permanece generalmente elidida. Hay una escena entre Alcibíades y Sócrates de la que puede extraerse la idea de un amor que no puede ser incondicional, dado que su condición es obtener eso precioso que el otro guarda en su interior para entregarnos. Retomando la alocución de Alcibíades acerca de Sócrates podemos resaltar el objetivo de todo vínculo de amor: lo que Sócrates contiene de erôménon para Alcibíades, lo deseable, es lo que permanece escondido bajo el embalaje de Sileno.

En el Dictionnaire étymologique de la langue grecque de P. Chantraine, encontramos: agallomai, agalma, según el lexicógrafo Hesiqui todo aquello en que uno se complace o se alegra. La palabra se aplicaba a los reyes y a los dioses a propósito de ofrendas, de oro, de tejidos, por ello a veces equivale a agamaloin, ofrenda. Complacerse o complacer. Adornar, precaver, proteger.

En la antigua Grecia existía una preocupación fundamental, crear un nexo entre los dioses y los hombres, entre lo mortal y lo inmortal. El daimon, en sus diversas formas, cumple esta función de intermediario. Permitiendo esta síntesis, Platón en el Timeo, 37c, nos dice:

Cuando el Padre que lo había engendrado comprendió que se movía y vivía, este Mundo, imagen (agalma) nacida de los dioses eternos, se alegró y, en su alegría, reflexionó sobre la manera como lo haría más semejante al modelo paradigma.

Lo aural viene de los antiguos: Son ellos quienes saben lo que es verdadero. Si hubiera algo que fuéramos capaces de encontrar por nosotros mismos ¿nos preocuparíamos en verdad por las creencias de la humanidad? El valor del objeto precioso queda integrado a las virtudes sobrenaturales de las que se lo imagina preñado. Lo que el agalma vehiculiza son los lazos de dependencia entre los hombres, identificando en un mismo simbolismo el amor, lo social y los valores sagrados.

Atañe al ser no dar otra cosa que uno mismo. Al intentar precisar las nociones con que se encuentra relacionada la idea de agalma, encontramos que se lo puede vincular con otra palabra griega, téras, que se emplea a propósito de los objetos agalmáticos, esto incluye la idea de algo excepcional, misterioso, espantoso a veces.

El trípode es una de las formas del agalma, es consagrado al final de la historia de Plutarco, a un dios, Apolo. Se le otorga como recompensa al más sabio. Según Homero, el trípode es de origen divino, fabricado por Hefaistos. Un regalo de bodas de los dioses transmitido a la familia de los Pelopidas. Detentado finalmente por Helena que, conforme a un oráculo, lo arroja al mar, es redescubierto milagrosamente en el momento de expirar un plazo previsto.

Las diversas formas de los agalmata conducen a la posesión de un tesoro, cuyo poder es benéfico pero constrictivo. Su virtud es inseparable de su carácter más o menos secreto.
El Agalma es algo así como una trampa de los dioses. Resalta la relación única, personal, del sujeto con los agalmata. Enigmáticos, secretos, interiores, no asequibles a simple vista, comportan un poder que se traduce en términos de deber: ¿Hay un deseo que sea verdaderamente tu voluntad?

La belleza de los dioses hace girar al mundo. El eterno amor, no sólo inmortal sino existiendo desde siempre. El eterno amor que, como nos indica Lacan, Dante pone expresamente en las puertas del infierno.

Por mí se va a la ciudad doliente,
por mí se va al eterno dolor,
por mí se va con la perdida gente.
Fue la justicia quien movió a mi autor.
El divino poder se unió al crearme
con el sumo saber y el primo amor.
En edad sólo puede aventajarme
lo eterno más eternamente duro.
Perded toda esperanza al traspasarme.

Así versa la sentencia escrita en el umbral del infierno. Lacan nos alerta acerca de la Diosa que se nos ofrece en el origen de este discurso sobre la naturaleza del amor: Afrodita no es precisamente una diosa que sonría. Añade que un presocrático, Demócrito quizás, dice que ella era enteramente sola en el origen. A propósito de lo cual aparece por primera vez en los textos griegos la palabra agalma. El texto es de Empédocles 128, 1–5:

Entre ellos (los hombres de la Edad de Oro) Ares no era un dios, ni Kydoimós, ni Zeus el rey, ni Cronos, ni Poseidón, sino Cipris (Afrodita) la reina. Se la hacían propicia con ofrendas (agalmaloin) piadosas y pinturas.

El amor es ese infierno del ser, ese vacío que ignoramos y nos habita sin habilitarnos. El amor no es sin condiciones, dado que la primera de ellas es ese obstáculo que enceguece, la propia imagen, esa que carece de valor hasta que la mirada de esos ojos hace de lo nuestro un objeto valioso.

En un diálogo que, podríamos suponer, contemporáneo, los maestros hablan de cierta no condición que se presenta en los lazos. Lazos donde todo humano despliega sus más profundas emociones, sus más escondidas modalidades de mirada echada sobre el otro, de boca abierta esperando el alimento. Porque, tal vez, eso es el lazo en última instancia, lo que se espera del otro… (pocas veces, se trata de lo que se da…)

Freud:

El neurótico presta su colaboración porque tiene fe en el analítico, y esta fe depende de una especial actitud sentimental con respecto a él que va constituyéndose durante la cura. Tampoco el niño cree sino a aquellos a quienes quiere. Ya le dije para qué utilizamos esta influencia sugestiva tan importante. No para yugular los síntomas –y esto es lo que diferencia el método analítico de otros procedimientos psicoterápicos–, sino como fuerza impulsiva para mover el yo a vencer sus resistencias. Y conseguido esto, marcha ya todo satisfactoriamente; ¿no? Así debería ser. Pero, en realidad, surge aquí una inesperada complicación. La mayor sorpresa, quizá, del analista ha sido comprobar que los sentimientos nacidos en el paciente, con relación a su persona, son de un orden particularísimo. Ya el primer médico que intentó un análisis –no fui yo– tropezó con este fenómeno, que hubo de desorientarse por completo.

Tales sentimientos son –para decirlo claramente– de carácter amoroso. Y lo más singular es que el analista no hace, naturalmente, nada para provocar dicho enamoramiento, manteniéndose, por el contrario, fuera de su relación profesional, distante y reservado. Pero el extraño sentimiento amoroso del enfermo prescinde de todo y no tiene en cuenta circunstancia real ninguna, sobreponiéndose a todas las condiciones de atractivo, sexo, edad y posición.

Trátase así de un amor absolutamente incondicional, carácter que también presenta en muchos casos el enamoramiento espontáneo pero que en la situación analítica surge siempre, en primer lugar sin existir en ella nada que pueda explicarlo racionalmente. Lógicamente, la relación entre el analista y el paciente no debía despertar en éste más sentimiento que una cierta medida de respeto, confianza, agradecimiento y simpatía. Pero en lugar de todo esto, surge el enamoramiento con caracteres que le dan el aspecto de un fenómeno patológico. Claro es que ese enamoramiento no puede ser sino favorable a los propósitos analíticos, pues el amor supone docilidad y obediencia al sujeto amado. Así es, en efecto, al principio.

Pero más tarde, cuando el amor ha ganado en profundidad, descubre todos sus especiales caracteres, muchos de los cuales son incompatibles con la labor analítica. El amor del paciente no se contenta con obedecer, sino que se hace exigente, demanda satisfacciones afectivas y sensuales, aspira a la exclusividad, desarrolla celos y muestra cada vez más claramente su reverso, esto es, su disposición a convertirse en hostilidad y deseo de venganza si no puede alcanzar sus propósitos. Simultáneamente, antepone, como todo enamoramiento, los restantes contenidos psíquicos y suprime el interés por el tratamiento y por la curación. En una palabra, nos prueba haberse sustituido a la neurosis, resultando así que nuestra labor ha obtenido el singular resultado de reemplazar una forma patológica por otra diferente.

Lacan:

El Ello es algo que se propone como muy ambiguo, percibe las incitaciones, presiones y tensiones eróticas como necesidad. Aún en la perspectiva de la necesidad esas líneas nos dan los dos horizontes de la demanda, en tanto que articulada a la satisfacción de una necesidad que debe pasar por los desfiladeros que el lenguaje torna obligatorios y pasando al plano del significante (en su existencia y no en su articulación), al que se dirige la demanda, al plano del Otro, en términos de amor incondicional por estar ligada a lo que es él mismo simbolizado como presencia sobre un fondo de ausencia, es decir, que puede ser vuelto presente en tanto que ausencia: ese otro horizonte. Antes de ser amado eróticamente el objeto, donde el Eros del objeto amado puede ser percibido como necesidad, la institución, la posición de la demanda crea el horizonte de la demanda de amor.

Así, el amor, incondicional, en tanto lo que exige, en tanto lo que observa, puede decirse, está abarrotado de condiciones… Si me amas, te amaré…, Si me das lo que necesito, te amaré…, Si me…

No hay referencia al otro, excepto para obtener de él lo que, se cree (o se nos ha hecho creer), hará satisfacción de la necesidad… Juego interesante, el de poner al otro en ese lugar de barril sin fondo de donde siempre habrá algo para sacar… Pero, luego de cierto saber, de cierto camino recorrido, de cierto enamoramiento ciego atravesado, hay otro amor… como hay otro goce… ya no el goce del otro, que nos goza… ya no el amor del otro que nos somete… Un amor con la característica de la fidelidad… la fidelidad al propio deseo, a la propia vida, a la propia condición de ser único… Ya que condición viene del latín condicio, –onis, que quiere decir estipulación o circunstancia esencial para que algo suceda pero, también, estado o manera de ser (de algo o de alguien).

Es, en este último decir, que podemos ver que esa condición que nos nombra, nos hace ser. Esa condición, en todo caso, construida luego de des–bancar al Otro en su mayúscula… De dejar de soportar sus condiciones…

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