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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Zapatero a tus zapatos

Programa emitido en octubre de 2002

Si de marchar se trata, habrá de ser con los propios. Cada uno con los suyos. Es fácil de imaginar… calzarse en pellejo ajeno no abunda en conocimiento. Sólo a través de la propia experiencia, del propio ejercicio del oficio, se puede hacer la consistencia del resultado.

Ello parece ser tocado en este decir. Zapatero a tus zapatos. Nadie que no conozca su oficio podrá hacerlo bien.

Relaciones con la calidad, con la dignidad y con la eficacia aparecen presentadas aquí junto a la provocación a dedicar trabajo y tiempo. Valores ajenos a estos tiempos de velocidad y tributo a la imagen… de lo que parece aunque no sea.

Y, así, nos retomamos en el decir del profundo rincón que nos habita… ese donde somos. ¿Somos calidad? ¿Nos dedicamos tiempo y trabajo para ser? ¿O es que el mimetismo, el plagio, el pareci-miento nos tientan paso a paso a hormas otras?

Quizás, Borges nos quiso advertir cuando enunció que con las mismas letras de argentino se dice, también, ignorante. ¿Será que el ser argentino, con la mirada puesta en lo europeo, queda en ese lugar donde, por ser más autóctonos, no es ni chicha ni limonada?

Ese titubeo en la definición de lo que se hace, de lo que se dice, de lo que se piensa es lo que nos lleva a preguntar al oficiante ¿de qué oficia? ¿De ser o de simulacro? Es decir, ¿oficia en su ser? Como psicoanalistas, no nos cae la mirada en otro sitio… ni la lengua en otro decir… Tal vez, para zapatear haya que tener botas del propio número y amansadas con la propia práctica.

Esto podría oponerse a aquello de escoba nueva barre bien… Pero no lo olvidemos… también, hay suerte de principiante… Porque es fácil llegar al éxito, lo difícil es mantenerse en él

Así, de entre esas palabras dadas, debemos recortar lo que, en calidad de autores de la propia trama, nos sostiene… Y esto, es seguro… nunca será sostén la falta de saber hacer con eso… Alegoría nueva, cadalso que en caída libre, libra al muerto de su prisión de madera.

Es en ese silencio mortecino, es entre los pliegues de la calavera que ausculta el corazón de la noche, es oculto en el vientre de la enredadera azul de Neruda, la ligereza de los pasos de la nada es distinguida aversión de los susurros clandestinos. Los pies, símbolos que guían a los condenados al cadalso, en la noche de los espejos que no oscilan en el tiempo. Los pies del mundo enderezando huellas, los pies de la extranjeridad que observa la longitud humana de la vara que lastima los huesos aturdidos del engendro doloroso, siniestro como bocha de perro que no aturde sentido alguno.

Tiresias no quería mirar, pero sus ojos insistían en posarse sobre el cuerpo virgen de Atenea (Minerva). Y deteníanse en la contemplación del baño de la diosa. Ella sospechó que, detrás de los árboles, su desnudez tenía testigos. Se encolerizó y dejó sin luz los ojos curiosos que la observaban. La ninfa Cariclo, madre de Tiresias, no se conformó con la desgracia de su hijo. Fue en busca de Atenea y se quejó amargamente a la diosa. El joven sólo había mirado lo que estaba ante sus ojos. Y, por la gran fidelidad que la propia Cariclo dedicaba a la diosa, merecía el perdón.

Las palabras de la ninfa llegaron al corazón divino, y Atenea se apiadó de Tiresias. Sin embargo, la luz de aquellos ojos jóvenes había desaparecido para siempre. La diosa ya no podía volverse atrás. Queriendo hacer al muchacho menos infeliz concedióle el don de la adivinación. Tiresias tendría ojos interiores con los que podría ver más allá de los limites del hombre. Y, además, Atenea le obsequió con un bastón mágico que haría más seguros sus pasos por los caminos del mundo.

En cierta ocasión, Zeus y su esposa Hera, discutían sobre quién disfrutaba más durante el acto sexual. Hera decía que el hombre, y Zeus que la mujer. Como no se ponían de acuerdo, resolvieron acudir a alguien que había tenido los dos sexos, y se dirigieron a Tiresias. (Este, pasando un día por un bosque donde dos serpientes hacían el amor, trató de separarlas con su báculo, y una de ellas le mordió, causando un cambio de sexo, de hombre a mujer. Una escena parecida ocurrió siete años más tarde, con idéntico resultado, sólo que esta vez fue cambiado de mujer a hombre). Cuando Zeus y Hera le dirigieron la pregunta, él respondió que en escala de uno a diez, la mujer disfrutaba como nueve y el hombre sólo como uno. Su respuesta, naturalmente, causó el enojo de Hera y la satisfacción de Zeus. Larga y sabia es su vida, Sus consejos, nacidos de la experiencia, son escuchados y respetados por todos los griegos. Tiresias es un hombre muy amado por todos.

Edipo:

Tiresias, que todo lo sabes, eres el único
Que nos puede ayudar.
Pues Febo dijo a nuestro enviado,
Que solo esperemos el fin de la peste,
Cuando encontremos al asesino de Layo,
Y lo condenemos a la muerte o al destierro.

Tiresias:
Esa verdad yo la sabía bien
Pero he olvidado…

Edipo:
Tiresias, sabiéndolo no respondas con desgano,
Te lo rogamos humildemente.

Tiresias:
Déjame regresar a casa. No anunciándote
La desventura, la evitaré también a mí.

Edipo:
Sabes y no dices. Piensas condenarnos a todos,
Y dejar que perezca la ciudad?

Tiresias:
No quiero dolor, ni para mí, ni para ti.
En vano me interrogas, nada revelaré.

Edipo:
Maldito viejo, podrías acabar la paciencia de una roca.
Me lo dirás, o permanecerás obstinado?

Tiresias:
No diré ni una palabra más. Si quieres,
Puedes dar rienda suelta a tu furia.

Edipo:
Ya que me enojas, diré todo lo que pienso.
Que lo sepas: Sospecho que participaste al crimen,
Aunque no hayas asesinado con tus manos. Si no
Fueras ciego, te acusaría de haberlo cometido sin cómplice.

Tiresias:
Te acusas a ti mismo, tú eres aquel asesino
Que quieres encontrar.

Edipo:
Te atreves, sin vergüenza, lanzar palabras,
Y acaso esperas salirte sin castigo?

Tiresias:
Sí, lo espero, si la verdad aún algo significa.
No soy tu siervo, sino de Apolo.
Y no pido la protección de Creonte.
De mi ceguera te burlas, tú que ves, pero
No ves tu propia desgracia, ni de donde vives,
Ni de tus allegados.
Sabes acaso de quien desciendes? Eres enemigo
Secreto para los tuyos en esta tierra y en el más allá.
Pronto te golpeará la terrible maldición arraigada
En tu sangre por tu padre y por tu madre.
Serás expulsado de este país.
Entonces, tú que tienes buena vista, quedarás en la noche.
Cuando conozcas el secreto de tu boda, y de tu casa,
Podrás enlodarme a mí y a Creonte.
Sin embargo, no encontrarás humano en el mundo,
Más desdichado por la suerte cruel, que tú

La verdadera acción, es la de enamorarse de la propia-acción. La única verdad posible, es hacer o decir aquello que deba hacerse o decirse, aquello por lo cual aletea el alma humana, allí donde el poeta escribe sus letras, allí donde el psicoanalista dice Por mí, muérase. A mí lo que me importa es su salud mental. Allí donde Tiresias sabe del goce de la mujer, de la diversidad de sus amantes, vidente del alma humana, cuando perdió la prisión del ojo-Otro.

Aunque intentara no podía ya no decir, su lengua estaba comprometida con su saber. Nosotros, psicoanalistas, y nuestra escucha en acción para la acción. El sillón del analista, y la función paterna. La ley y la palabra. El amor a la verdad posible. La alegría de hacer aquello que se ama.

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