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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

Poder celebrar, alegrarse… 250 programas, 1000 horas

Programa emitido en abril de 2003

Para–lisis…

Hace tiempo, cuando era joven, el mundo se resumía a la palma de mi mano, podía hacer todo aquello que quería, era… potente. Lamentaba, a veces, sólo a veces, no ser lo suficientemente inteligente como para comprender ciertas conversaciones… sofisticadas, elaboradas… (aunque no admiraba tanto a esa gente, como para sentirme mal).

Sí, tenía limitaciones, eso me dejaba una cantidad de problemas menos para resolver. Tenía capacidad de trabajo, una familia, me gustaban las chicas y la sonrisa era fácil. Así crecí, las cosas fueron orientándose naturalmente: más horas de trabajo, mantener a mi familia –una mujer e hijos–. Muchas bocas que alimentar pero… aún tenía mi hombría de trabajador.

Ah! no sé si les conté de mi gusto por la música, esa música popular, movida, era una de esas cosas que seguían dándome alegría. Desde ya, las chicas me seguían gustando, pero las obligaciones eran muchas y mi mujer, esa hermosa niña con la que me había casado, había perdido totalmente la chaveta, estaba en un mundo al que yo no podía acceder y, a fe mía, ya tampoco lo deseaba.

El amor es algo frágil, me dije, es como esas copitas de licor que tenía mi abuela, que ante un mínimo descuido, se rompían… y eso desarmaba el juego que nunca más se podía recomponer. Nada fuera de lo común: un matrimonio fracasado, como la mayoría. Y seguía trabajando. Eso sí, era la perfecta excusa de una vida imperfecta… Eso sí, la sonrisa ya no era fácil.

Debo contarles: me cansé, tengo amigos, amo a otra que me parece la más bella y la más lejana, soy un tipo con dinero y tengo el alma muerta. No sé por qué hace años no mandé todo al cuerno y me dediqué a la música, al baile, a la alegría… pero así fue y, ahora, me disgusta saber que fui cómodo, inercial, que dejé que todo pasara… porque yo importaba poco. Y sigo importando poco.

Mañana me opero. Si Dios existe, sabe que estoy cansado. A veces pienso en moverme más, pero es difícil trasladar un cuerpo para nada. Es casi como un sueño, hablo solo (ya que nadie me escucha), me muevo de puro absurdo… Me gustaría, esta vez, que se me cumpla un deseo: quiero algo más honesto conmigo, algo que me muestre sin disfraces… querría que todos supieran quién soy… Algún acto de verdad en esta vida por la que hice tan poco. Ustedes no van a entender pero, hoy, tengo la esperanza de no estar más triste.

La vida, si no es mal–dita, si no es pecado –al decir de la Dra. Puente– es ‘no inicio’.
Somos seres que, librados a nuestro juego, laboramos para zafar… farsa de vida, pura fachada. Este tránsito puede estar plagado de sor–presas… que apresan la risa, esa que nos alegra, que nos lleva a celebrar cada instante, como un instante único, de verdad.
No hay ley que diga que esta verdad debe ser dicha cuando ya no hay tiempo de aprender el alfabeto. Por eso, la vida es mal–dicha cuando la magia del festejo nos permite jugar el juego obsceno de vivir.

Hoy, ver–de…

La celebración sucede como el resto, intermediando tinta y noche, raíz y sueños…
La celebración, como la vida, es contra la propia voluntad, es la permanencia en lo incómodo, es la lucha por no ceder… La celebración siempre hará agonía de matanzas…
Porque celebra la acción.

Tomada de la mano.
Azul–noche sobre blanco, escupe.
Vocifera.
Canta, también.
Es el día de la fiesta.
Es la noche primera
de todas las demás.
Tomada de la mano,
guiada por la recta invisible
(paralela del alma)
ciñe remolinos
contra su voz.
No derrocha…

Y, allí, queda
en espera de más…

(La letra es así,
voraz…)

Hoy, roj(a)…

Celebra–acción… tinta roja anunciando la vida, esa vida que la sangre se obstina en desandar. Celebrar es, entonces, sólo acción de celebrar la vida, atónita, antojadiza entre los flejes de una muerte siempre anunciada. Spinozza nos enseña a amar todo lo que ocurre. La felicidad es un deber, es un hacer acto de celebración. Los psicoanalistas decimos cuanta más alegría más psicoanálisis.

La desdicha es una falla moral. Esta lectura de la desdicha nos introduce por senderos de acciones nobles en su esplendor de deseo activo, que activan la locura que no cura el alma.

ocurren tiempos muertos
vértigo
azucenas violentas
tiempo humano acompasado
exceso
la vida dadora penumbras
capítulo aparte
luz preconiza ausencias

Hoy, a–morada…

Celebra–acción y un número: tormento y esencia… 1000.

Flores de Tamarindo

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