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Alguien más se lo puede preguntar

La Fundación C.E.P. en la Radio

Acompañando a Alguien más se lo puede preguntar un programa de Jorge Andrés Moya.

Programas emitidos por 1030 AM Del Plata, de 2.00 a 6.00, de martes a sábados, durante 2002 y 2003

El permiso

Programa emitido en noviembre de 2002

Meter, del latín, mittere, enviar, soltar, arrojar, lanzar… Cultismo de ella es permittere, permitir… que, hoy, significa: dar su consentimiento, el que tenga autoridad competente, para que otros hagan o dejen de hacer una cosa. También, no impedir lo que se pudiera o debiera evitar. Son sinónimos: aprobar, acceder, consentir. Y, en la otra acepción, tolerar… Su envés, prohibir.

Como siempre, una introducción al pie de la letra para no perdernos en los desvíos… Y, así, el permiso se presenta como una habilitación… como una hábil-acción del sujeto si se envía, se suelta, se arroja, se lanza…

Pero, queda a la vista, las hábiles acciones parecen depender de la mirada del Otro que, aprobando, nos acompaña… que, con-sintiendo, nos hace la ilusión de sentir con él …

Ay!… el Otro!… siempre el Otro!

No hay nada que hacer, nuestro origen nos enfrenta, permanentemente, al hecho de ser niñitos tomados de una mano, de un hu-mano Otro al que no queremos soltar…

Necesidad de ser queridos, de ser bien mirados… es el argumento. Aunque el lazo nos haga la prohibición del goce.

Lo hemos dicho, el superyo, esa autoridad competente, es el deseo de los padres hecho nuestro. Y ese deseo… nos desea a nosotros, nos hace objetos de satisfacción, nos pierde como sujetos. Sujetos sujetados… no, arrojados… no, valientes. En todo caso, soldados de un ejército demandante de un amor que nunca es suficiente… Soldados, unidos a un agobio perpetuado por las breves leyes de la especie: nacer-crecer-reproducirse y morir.

Pero, entre los ver-des de esa selva de palabras que amordaza la vida, el sujeto puede ver… (para dejar de deber en una cuenta que nunca equilibra el 'debe' y el 'haber'/a-ver.) Puede dejar de ser mirada para ser verbo, encarnando la acción. Es decir, desbrozada la maraña, hecho un claro, la acción encarnada no hará, ya, carnada del sujeto… podrá dar nombre a su ser.

Permitida, entonces, la permuta de objeto por sujeto, habrá de hallarse la flexibilidad hacedora de otro lazo, de uno que no será al cuello… Un lazo, quizás, con la propia vida, con el propio juego, con el propio fuego… Es decir, un permiso para la propia pasión… La que, sin ignorancia, dibujará otros horizontes… más amplios que el que suelen señalar las manos ajenas…

El tiempo crece de crisantemos azules y los párpados del deseo no cierran su hondura de catarsis amontonada en viejos pergaminos arrugados.

No descreer del tiempo para crecer en el tiempo. Permitirnos, es-cultura de estetas en el desierto del goce que habitamos los mortales.

Por la hendija de los sueños, susurran su desconcierto la luz de las heridas que no acometen el desatino de cicatrizar sin marcas.

La vida nos anuncia el desafío de lo despiadado del no saber y la algarabía de ese permiso. Permiso para habilitarnos, en la mejor mesa, la mejor compañía, esa compañía que no satura pero sutura sangrados amortizados en cómodas cuotas de dolor. En esa mesa, la mejor comida y el mejor vino.

Permiso para vivir en dignidad con nuestra estatura humana, para cercenar, arrancar de cuajo, como El Principito, los baobabs… Nuestros baobabs, son lo desafinado de la música, acordes detenidos en un tiempo muerto de supuraciones y malentendidos.

Permiso para ser, en el exilio de la propia voz, sin inmutase… para vivir con la estética acordada y sin cobardía.

Permitirse la vida deseante, no apurar la copa de la muerte.

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