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De lo que no se puede hablar, hay que callar

Guillermo Sagarna

En Más allá del Principio del Place Freud renuncia a alimentar de sentido el síntoma, anunciando una nueva época de la técnica psicoanalítica, que debe hacer prevalecer la construcción sobre la interpretación.

En 1937 en Construcciones en análisis da cuenta de la actividad específica del analista, a partir de la conocida metáfora arqueológica. Allí acentúa al máximo la diferencia entre los papeles del paciente y del analista, diciendo que este último, al no haber vivido ni reprimido nada de lo que su paciente habla, no debe tratar de comprender, sino que, como el Inc., trabaja.

El trabajo de análisis sienta su operancia en la suposición de un saber atribuida al analista, suposición que está en la base de la transferencia. La transferencia sería una suerte de espejismo donde los límites de esta jugada incluyen un riesgo respecto del cual Lacan había alertado, el del autismo de a dos, comparable a la situación que ilustra Kant de los dos compadres que mientras uno ordeña la cabra el otro trae un colador, pasión por el origen que puede llegar a este extremo.

La transferencia, santo y seña del comienzo del trabajo analítico, coloca al analista ante los ojos del paciente como el retorno de personajes importantes de su vida, transfiriendo en él sentimientos y reacciones que esos otros significativos habían suscitado.

Lacan sostiene que el analista debe hacer en este juego el papel del muerto, es decir que más que interpretar debe interrumpir el discurso del paciente, favoreciendo así que salga del registro imaginario y de sus interpretaciones, o dicho de otro modo, debe dejarlo mal parado, cambiar su punto de fijeza. El analista no es interlocutor de alguien, no debe jugar al juego de los espejos, por eso no habla con el Moi, no se la cree, y es así como la cosa funciona. La pasión por el sentido es la prisión del analizante, pero de ningún modo puede ser la del analista, no sin acarrear lo peor. En este punto se puede definir la neurosis, como una resistencia a renunciar a la exigencia de un metalenguaje, esto es no renunciar a encontrar una palabra última que lo diga todo, pretensión de alcanzar lo verdadero de lo verdadero, pretensión que encuentra su límite en la estructura misma.

Lo propio del psicoanálisis no es regocijarse con el buen saber, no es llevar al sujeto a desprenderse de un saber que se muestra inoperante para arribar a otro más eficiente, si de adaptación se trata el sujeto esta muy bien adaptado. Tampoco se trata de encontrar algún modo de bien relacionar al sujeto con un objeto. El psicoanálisis ha descubierto que no hay relación a nivel del goce, porque éste no se presta a ser conceptualizado en una lógica binaria. Para decirlo de otro modo, entre el sujeto y el objeto no hay relación, no hay coaptación, cómo podría si el sujeto (no el sujeto gramatical regido por las reglas de la sintaxis), el sujeto del Inc. que desquicia la estructura, es quien se desvanece en las cadena significante (fading que es indicado por Lacan en la fórmula del Inc. barrando la S - $) y cuyo objeto (al que apunta en la insistencia de sus demandas) está perdido. Por eso entre el sujeto y el objeto no hay relación sino fantasma. ¿Cómo concebir que este sujeto cuyo ser es evanescente pueda relacionarse con algo que se caracteriza como perdido desde siempre? Por eso el rombo pone en relación estos dos términos, mostrando su imposibilidad, al ser un signo que representa la disyunción y la conjunción. O, dicho de otro modo, de desencuentro en el encuentro. $<> a designa el modo singular que, en cada caso, toma la disparidad entre sujeto y objeto. Su función impide que haya acomodación entre estos dos términos.

El yo del narcisismo (moi) y sus relaciones están permanentemente amenazadas por el fantasma. El fantasma puede ser definido como lo Imaginario, en cuanto apresado en cierto uso del significante, porque el argumento fantasmático está articulado en el significante. Por eso Freud había señalado, en Pegan a un niño, que la clave ofrecida por el fantasma no es el ser de ningún sujeto u objeto, sino la estructura gramatical de la frase. Esto lleva a que la posición que el sujeto ocupa en esa estructura gramatical, posición que Lacan denomina shifter y que la lingüística plantea como la posibilidad de un sujeto no calculable en las reglas del sistema. Esto responde a lo que Lacan señala, que el Otro debe ser considerado primero como un lugar, lugar donde se constituye la palabra. La palabra se constituye a partir de un yo y un tu que genera una distancia que no es simétrica y es la alteridad que soporta lo simbólico. Por eso el yo está siempre ahí, a título de presencia que sostiene el discurso. O dicho de otro modo, todo lo que se dice tiene bajo sí un yo que lo enuncia y en su interior un tu que lo determina, personalizándolo, nominando (tu eres alguien deseado para mí, tu eres mi mujer, etc.). El concepto del fantasma subvierte la relación de adecuación de las representaciones a la realidad y, así, la única realidad a la que el análisis conduce es a la del fantasma. De este modo el fantasma constituye una significación fija, monótona, absoluta, frente a la cual hace agua cualquier significación.

El analista trabaja, no muerde el anzuelo, sabe que no sabe sobre el goce, pero sí sabe hacer con él. Por eso, su trabajo consiste en conducir al sujeto al lugar donde el saber vacila, donde no hay otra consistencia que la del fantasma. Por eso Lacan introduce los nudos borromeos ¿Para qué diablos lo he introducido? dice. Lo he introducido porque me parecía que esto tenía que ver con la clínica. La experiencia de armar y desarmar nudos borromeos con las manos incluye la dimensión de un saber hacer, no articulable en significantes. De alguna manera, la posición del sujeto depende de cómo están enlazados estos tres órdenes (Imaginario, Simbólico y Real). De lo que no se puede hablar, hay que callar. Y, en esto, Lacan consiste al decir nada es demostrado por el nudo, sino mostrado. Demostrarlo es devolverlo a la red discursiva, a la lógica tradicional de la que se propone extraerlo.

La intervención analítica apunta a producir una transformación que involucra al fantasma. Hay una homogeneidad entre la estructura de la historia o la construcción y la estructura del aparato psíquico que parece total. Siguiendo a Freud, Lacan señala que la reconstitución completa de la historia del sujeto es el elemento esencial, constitutivo, estructural del progreso analítico. Si Freud insiste en la búsqueda de un fragmento de realidad arcaica, cuando sabe que ella no puede ser más que mítica y por tanto ficcionada, es porque la verdad está del lado de la historia y debe construirse recurriendo a un texto segundo que palie las debilidades y distorsiones del primero. Entonces, la realidad, como realidad psíquica, es algo por descubrir. La neurosis de transferencia reordena los estratos psíquicos en capas concéntricas alrededor del analista, tomado como núcleo, en una versión intermedia, concebido como introyección simbólica, en el sentido de una acción de catalizador. O, dicho de otro modo, es integrado en una de las series psíquicas. Un ejemplo de un paciente que dice: Antes yo iba en el colectivo, sentía que me miraban, pensaba que era los masones que me querían robar el secreto de la bomba. Entonces, me bajaba y pedía asilo en una embajada. Ahora, subo al colectivo, siento que todos me miran, me acuerdo de usted y pienso que esto me pasa porque estoy loco. Sigo en el colectivo. Algo se ha integrado en su construcción delirante, lo cual no la hace más delirante que la de cualquier neurótico. El analista se ubica en el interior, en una posición particularmente ventajosa, porque está situado en calidad de objeto en su centro.

Para Freud, el fantasma no es ni puro Imaginario, ni juego de significantes, sino una actividad de fragmentación de lo Real. El acontecimiento es considerado como desaparecido y por él responde, en el presente, solo huellas, elementos retocados, arreglados, hechos con trozos no sincrónicos, aplanados sobre una misma escena, achatados en el fantasma. Esto genera en el sujeto un sentimiento de realidad sobre el que Freud establece la interpretación de los sueños. El lo dice así. Indicios de realidad que se reducen a cosas vistas , cosas escuchadas, constituyéndose en enunciación que (como dije antes, es el lugar del Otro) desata al soñante de su identidad. De allí que considere necesario tomar cada palabra, cada frase, no como una creación del soñante, sino como palabras realmente pronunciadas en la víspera.

Desde el punto de vista de la eficacia terapéutica, Freud dice que una construcción rinde lo mismo que un recuerdo recuperado. La realidad psíquica, para él, es el encuentro de un acontecimiento con un significante y, si lo Real es el trauma, esto ocurre por encuentro con el lenguaje, generando un efecto de aprés coup. El despliegue de los enunciados en análisis S1, S2 lleva al fantasma, $<> a , la escritura lineal solo es posible en lo referente a S1 y S2, pero no al fantasma, ya que éste no permite ninguna sucesión ni pasaje de $ a a, por estar vedada por la incidencia de toda la estructura significante. Por lo tanto se puede pensar otro orden lineal:

$ ----> S1 ----> S2 ----> a

que puede leerse: el sujeto sufriente habla hasta la angustia. Entendiendo que el sujeto, del que habla Lacan, es el del síntoma. En tanto S1 y S2 se refieren a los dichos del mismo o a la demanda articulada en el discurso. Mientras que el a puede, muy bien, representar la angustia, ya que es su objeto. Hay que ver que la angustia es una clave esencial para la cura. Freud lo muestra en Inhibición, síntoma y angustia, cuando explica que toda la organización sintomática está destinada a defender al neurótico de la angustia y es, en ella, que se revela la verdad del sujeto.

La invitación que hace Freud al analista a delirar con el paciente no contempla perder de vista la insistencia de lo Real. La construcción-ficción que implica el trabajo de análisis no puede plantearse en términos de influencia o sugestión, porque su sanción la recibe, no de lo Real, sino de lo que agrega, el paciente, para completarla. Y de la utilización que hace de ella para reconstruir su mito. El analista, dice Freud, da cima a una pieza de construcción y la comunica al analizado para que ejerza efecto sobre él. Luego, construye otra pieza, a partir del nuevo material que afluye, procede con ella de la misma manera. Y, en esta alternancia, sigue hasta el final. Desde esta perspectiva su valor de verdad depende de la confirmación o el rechazo, juego de cara o cruz, donde el analista siempre gana. Porque si la construcción es falsa, retornará en forma de ese gusto a mostaza que indica que faltó en la cena. En realidad, nunca hay confirmación. La construcción testimonia lo que Lacan dice en Televisión: El inconsciente implica que se lo escuche. El analista no se hace cargo de la verdad ni reivindica ninguna autoridad para esa construcción. Pero se las arregla en el tiempo para comprender, según el personaje de Nestroy, que solo tiene una respuesta a todas las preguntas que le plantean: Confiemos en que en el curso de los acontecimientos todo habrá de aclararse.

Bibliografía
  • Colette Soler, Freud y el deseo del psicoanalista
  • C. Millot, La histeria en el siglo
  • E. Fernández, Diagnosticar las psicosis
  • Jacques Lacan, Los nombres del padre, 19/3/74

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