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Busco un límite en el campo…

Lic. Guillermo Sagarna

Confucio, Tá Chuán. Libro III

Busco un límite en el campo
y me detengo entre la hierba
guiado por aquella Luz
que mi padre encendiera;
sigo las estaciones y los tiempos
que Él dividiera
y aún no he encontrado
la hierba mágica

Lacan habla de esto cuando, en la clase del 19/3/74, en el seminario de los Nombres del Padre, dice: A ese Nombre del Padre se sustituye una función que no es otra cosa que la de nombrar para, ser nombrado para algo, lo que demuestra es un orden que se ve perfectamente, sustituir al Nombre del Padre. Salvo para la madre que generalmente se basta por sí sola para designar un proyecto, para indicar un camino. En tanto este Nombre del Padre está forcluído este nombrar para ¿No es el signo de una degeneración catastrófica? Tomemos dos vías de La carretera principal: Por un lado la constitución del sujeto a partir del juicio y su relación con la metáfora paterna; por el otro, el punto del trauma y su traducción en el juego entre libido y pulsiones. Pero antes una aclaración: En la cadena significante el intervalo se establece por la ausencia de la madre que produce hiancia, que el sujeto intenta superar mediante el juego del carretel, al cambiar pasividad por actividad, toma a su cargo el dominio de la presencia y ausencia. Entre el fort y el da, entre estos dos primeros significantes, se introduce la función y el lugar exacto del intervalo.

El principio de placer que rige al Yo Primitivo lo fuerza, a partir de un todo indiferenciado, a desembarazarse expulsando de sí todo lo malo, lo displaciente; del mismo modo, en un movimiento de introyección, acepta en sí lo bueno, lo placentero. Lo exterior se constituye con lo expulsado, en tanto, con la introyección del primer atributo simbólico, se afirma su existencia.

Este primer atributo no es otro que el significante del Nombre del Padre, responsable de la instalación de la diferencia; de la brecha que delimita, no sólo un adentro y un afuera (vale decir espacio-tiempo) sino, la posibilidad del intervalo. En este acto el Yo Placer pierde sus coordenadas de placer e intenta, vía alucinación-identidad de percepción, satisfacerse siguiendo el camino propio del proceso primario. Modo sustitutivo que requiere ser abandonado por insuficiente a nivel de la supervivencia. El Yo se ve confrontado con la necesidad de abandonar esta manera de satisfacción que ofrece la compulsión del Principio de Placer, para acceder, vía rodeo, a la satisfacción sustitutiva a través de nuevos objetos. El anclaje de las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte que operan juntas desde el principio, encontrarán su integración a través de la libido. Freud califica la libido de masculina, y por su efecto apaciguador de lo tanatizante, guarda relación con la función del Padre.

Es por el juicio de existencia en relación a la pérdida originaria que el Yo Placer se constituye en Yo Realidad que apunta a una satisfacción marcada por un es mejor que nada, y por tanto, es un hecho de palabra. Es a partir del símbolo de la castración en lo simbólico como esto opera. En este punto, ya no se trata de si una representación debe o no ser acogida por el Yo, sino de la posibilidad de reencontrarla en la realidad. Das-ding está perdida y la suerte echada. El símbolo reemplaza a la cosa y en ese movimiento se abre a la dialectización.

Tomemos el esquema Lambda en el que el eje a-a’ que corresponde al registro imaginario, se ve atravesado por el vector S---A donde la progresión de lo imaginario hacia lo simbólico, en tanto tesoro de los significantes, amarra al sujeto en el puerto del fantasma. Cuando la progresión es en sentido contrario, y el significante falo, en tanto indicio de la falta, no acude, se provoca en el lugar de lo simbólico un puro y simple agujero, pues, lo que no ha arribado a lo simbólico encuentra su camino por lo real, y lo real, en tanto imposible de ser simbolizado, no está al alcance del sujeto. No puede operar con él dialécticamente.

El N de P, a través de la metáfora paterna, es un movimiento de sustitución donde el deseo de la madre queda significado con el articulador simbólico falo. El falo está abierto a ser metaforizado como niño = pene = significantes diversos que pueden ocupar el lugar del sucesor asegurando la constitución de la cadena significante. El psicosomático muestra que un punto de la cadena no se dialectiza, queda innombrado. La cadena se detiene. Un discurso neurótico convive con agujeros producidos por la forclusión.

La forclusión del N del P habilita al goce en tanto que interdicto. El sujeto queda sometido al Otro Primordial con su puro capricho, al oscuro designio de un goce fuera de la ley emparentado con el de sacrificio. Desamarre a la deriva que va más allá del Principio de Placer, hacia ese lugar de la pulsión de muerte que persigue el fin de toda tensión.

La metáfora paterna introduce un cambio de sentido en el goce, del goce absoluto hacia el goce fálico que se sostiene como promesa a futuro. En esto está en juego la pregunta por el ser. La función del padre es separar al niño de la madre y de su goce. El concepto de falo, en Freud, designa e indica el lugar de la falta en tanto castración materna, de ahí en más queda claro que el hijo nunca podrá llegar a ser el falo de la madre, a lo sumo, metaforizarlo.

Que el niño pueda metaforizar el falo para su madre le va a permitir introducirse en el engaño básico de su consistencia imaginaria como completo. Sin este lugar en el deseo del Otro, no hay posibilidad de consistir en esta ilusión preliminar. A partir de lo dicho anteriormente podemos pensar algunas cuestiones, por ejemplo, que la paciente recibe su diagnóstico de cáncer en el pulmón con metástasis en cerebro y huesos, tiempo después que su madre, con quien vive, es diagnosticada con un cáncer en el útero. Con este panorama inicia su análisis. No se cuenta con los tiempos neuróticos, se parte de lo imposible de decir, de lo imposible de hacer para que algo sea más allá de la definición de un cáncer. Ser nombrado por la enfermedad no puede ser nunca un rasgo distintivo, aún cuando se piense que nombra. Resignación tal vez.

De los avatares concretos de la clínica podrá hablar con más elementos su psicoanalista, quiero simplemente tomar algunos puntos para pensar algo que resignifique de otro modo, lo que podría haber sido una derrota y creo, no lo fue.

Desde la medicina, las células cancerígenas aspiran a la inmortalidad, ilusión ésta que solo la completud puede prometer. Dice Herman Hesse que la madre es necesaria para nacer y para morir, sin olvidar que le corresponde al padre indicar la posibilidad. La madre, como la mantis en el momento de la cópula, promete la eternidad en ese instante de la proyección en la descendencia, al tiempo que devora con fruición la cabeza del macho. Morir para vivir, ilusión que sólo es comparable al espejismo óptico inicial. La madre promete la inmortalidad en términos oscuros. Tomemos un ejemplo de la clínica de la psicosis, el Cotard es quien mejor lo muestra. El delirio de negación de Cotard lleva en su desarrollo último a la convicción de no poder morir, y al mismo tiempo de estar condenado a una muerte infinita. El psiquiatra francés Jules Seglás lo describe:

Síntomas característicos: Manifestaciones de ansiedad, ideas de condenación eterna y desposesión, analgesias, ideas hipocondríacas de no existencia y de destrucción de órganos, del cuerpo entero, del alma, de Dios. Finalmente se impone la idea de no poder morir jamás. Los pacientes se quejan de no ser afectados ni por lo que ven ni por lo que escuchan, hay un sufrimiento que les falta. Dice Elida Fernández en Diagnosticar las psicosis: Ser uno mismo objeto a es perder toda posibilidad de duelo, es perder el objeto mismo del duelo. Y agrega: Esta naturalización del sujeto, esa muerte del sujeto de la enunciación, lo lleva a manifestar que ha perdido su nombre, esta pérdida se acompaña de petrificación temporal y lo eyecta fuera del tiempo. Cuando el individuo pierde su nombre que lo fija en el lugar del tiempo y en la cadena generacional, que lo identifica (distinguiéndolo, diferenciándolo) se transforma en inmortal.

Podemos decir a partir de esto que la inmortalidad que promete una madre se entiende con la no vida, la inmortalidad que viene del padre es a través de la letra, como lo muestran los grandes escritores. Voy a recurrir a uno de ellos para dar cuenta de ese real que es tan difícil de asir, me refiero a Cortázar en su poema El encargo: Yo te pido la cruel ceremonia del tajo, la que nadie te pide, las espinas hasta el hueso. Arráncame esta cara infame, oblígame a gritar al fin mí verdadero nombre.

Veamos por última vez a esta paciente, a su tiempo de lucha, que al decir de la doctora Puente se transforma en un gesto para una gesta. Durante toda su vida intentó en vano huir de esa soledad que la cercaba. Recordemos ese S1 holofraseado que no dejaba espacio para un lugar posible donde alojarse. Vayamos a su última sesión, que tuvo lugar en el hospital donde estuvo internada. Castaneda decía en Las enseñanzas de Don Juan Todos estamos solos, pero morir solo es morir desolado. Tiene su última sesión y en ese momento, el de la última palabra, algo maravillosamente se abrió, no fue un grito, no fue para nadie y entre ese momento y el arribo de la próxima visita, muere. Por qué no pensar que tal vez en ese intervalo, entre esa presencia amasada en el amor de transferencia y ese otro que iba a llegar, por primera vez mostró su verdadero nombre, el de la soledad, y en su último gesto, para ella, dejó de esperar.

Lic. Guillermo Sagarna. 2004

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