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la carta robada
En 1263/4 un sacerdote bohemio -un tal Pedro Praga- incrédulo acerca de la transubstanciación del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en la Hostia y en el Vino, acudió en peregrinación a Roma para invocar sobre la tumba de San Pedro el afianzamiento de su fe. De regreso a Roma se detuvo en Bolsena donde, celebrando la Santa Misa en la cripta de Santa Cristina, vio destilar sangre de la Hostia, a tal punto que el corporal se le mojó abundantemente.
El Papa Urbano IV, que entonces se encontraba en Orvieto, impresionado por la majestuosidad del acontecimiento, ordenó que el Sangrado Lino fuese transportado allí; e instituyó sucesivamente, para todo el mundo cristiano, la Festividad del Corpus Domini. El clero y el pueblo convinieron en que se debía dar a la reliquia una sede digna. El 13 de noviembre de 1290, el Papa Nicolás IV colocó solemnemente la primera piedra de la nueva Iglesia. Nicolás IV, puso, pues, la primera piedra en correspondencia con la IV pilastra de la fachada sobre la cual está esculpido el Infierno. Los trabajos para la construcción duraron acerca de tres siglos.
El primer arquitecto fue probablemente Arnolfo di Cambio: de hecho a él se le ha atribuido el diseño de la fachada de una sola cúspide que se conserva en el Museo de la Obra de la catedral. Sin embargo, parece que el primer constructor fue Fray Bevignate da Perugia quien realizó las tres naves. La estabilidad de las estructuras principales de la Catedral resultó, inmediatamente, precaria por lo cual fue necesario pedir el parecer de un experto. Fue consultado el arquitecto y escultor senés Lorenzo Maitani quien reforzó el edificio con arcos rampantes.
Algunos piensan que los bajorrelieves de las pilastras internas son los más antiguos. Los mejores relieves habitualmente se atribuyen a Maitani.
Los frescos de la Capilla sienten fuertemente la influencia del arte senés y fueron realizados en torno a 1357-1363, probablemente obra de los pintores orvietanos Ugolino di Prete Ilario, Domenico di Meo y Giovanni di Buccio Leonardelli.
En la nave de la derecha, se abre la Capilla Nueva o de la Virgen de San Brizio, erigida en 1408. La decoración, empezada en 1447 por el Beato Angélico, junto con Benozzo Gozzoli, fue completada por Signorelli, que pintó al fresco las historias del Anticristo, el Fin del Mundo y la Resurrección de los cuerpos. Estas decoraciones representan la gran obra maestra del artista de Cortona.
El tema -Historias del Anticristo- es insólito y prácticamente desconocido en el arte italiano. Solamente ya avanzado el Siglo XV -en una serie mediocre de estampas lombardas- aparece la predicación del Anticristo. Signorelli representó los hechos del Anticristo
con gran sentido escénico: la narración resulta sumamente movida, de notable naturalidad de implantación y de espacios.
La refinada y sensible belleza de la escena -Coronación de los elegidos-, la armoniosa elegancia de los cuerpos, la dulzura de la expresión de los rostros de las almas elegidas expresa con rara eficacia la majestuosidad del momento.
El Fin del Mundo ocupa en gran arco de la entrada a la Capilla. La fina franja semicircular no impidió a Signorelli expresar toda su habilidad y la grandiosidad de su estro creativo.
La Llamada de los Elegidos y el Anteinfierno
representan la introducción de las escenas del Anteinfierno dantesco y la llamada de los elegidos al cielo. En el detalle vemos a Minos mientras inflige un castigo a un réprobo.
Antes de empezar la representación del Infierno, Signorelli, seguramente examinó y estudió con cuidado los bajorrelieves de la cuarta pilastra de la fachada. En la ejecución de la obra, el maestro cortonés, desatendió el elemento descriptivo para traducir en una única escena la desesperación de los condenados.
En esta escena -Resurrección de la carne- el maestro abandonó intencionalmente los temas tradicionales. Los cuerpos reemergen, aunque con fatiga, del suelo, dan los primeros pasos, algunos se abrazan cariñosamente, otros más vuelven el rostro y los brazos al cielo.
Es allí donde Freud tropieza:
… el nombre que inútilmente me había esforzado en recordar era el del artista que en la Catedral de Orvieto pintó los grandiosos frescos de 'Las cuatro últimas cosas'. En vez del nombre que buscaba -Signorelli- acudieron a mi memoria los de otros dos pintores -Botticelli y Boltraffio- , que rechacé en seguida como erróneos. Cuando el verdadero nombre me fue comunicado por un testigo de mi olvido, lo reconocí en el acto y sin vacilación alguna. La investigación de por qué influencias y qué caminos asociativos se había desplazado en tal forma la reproducción -desde Signorelli hasta Botticelli y Boltraffio- me dió los resultados siguientes:
… Es muy probable que un elemento reprimido esté siempre dispuesto a manifestarse en cualquier otro lugar; pero no lo logrará sino en aquellos en los que su emergencia pueda ser favorecida por condiciones apropiadas. Otras veces la represión se verifica sin que la función sufra trastorno alguno o, como podríamos decir justificadamente, sin síntomas.
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