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Algunas cuestiones en relación al Padre

Guillermo Sagarna

La pregunta ¿Qué es un padre? atraviesa toda la obra de Freud, basta recorrer los historiales para comprobar como su intervención siempre fallida va dando cuerpo a las diferentes estructuras subjetivas. Plantear esta pregunta permite ubicar diferentes sesgos por donde hallar una aproximación de respuesta, lo cual no significa la respuesta. Y parece que nadie podría decir a ciencia cierta qué es un padre, sin embargo podría decirse que un padre es algo tan oscuro como lo es el deseo de la madre. Dice Sören Kierrkegaard en Temor y Temblor: Si no existiera una consciencia eterna en el hombre, si como fundamento de todas las cosas se encontrase sólo una fuerza salvaje y desenfrenada que retorciéndose en oscuras pasiones generase todo, tanto lo grandioso como lo insignificante, si un abismo sin fondo imposible de colmar, se ocultase detrás de todo, ¿qué otra cosa podría ser la existencia sino desesperación?

Un padre no se hace de carne y hueso, aunque de hecho así sea. Se trata más bien de un derecho, termino legal impregnado de significación para el psicoanálisis, por cuanto incluye no solo su lugar como representación de la ley que encarna y a la cual él mismo se somete regulando las alianzas, o dicho de otro modo, es la prohibición del incesto donde una debe quedar fuera para que se habilite el movimiento de lo posible, tal como ocurre en el juego del Senku. Termino del derecho que sin embargo nos concierne porque trata de la constitución del aparato psíquico y de su efecto sobre la estructura. Podría decirse que un padre es una función o mejor dicho el ejercicio de una función, por tanto imposible ya que un ser humano no puede ser una función.

Partiendo de la metáfora paterna donde el significante del NP viene al lugar de la inconmensurable hiancia de la madre para otorgarle una significación fálica, es así como el significante del NP aparece como un tapón de ese A. La función del padre por muy operatoria que sea como suplencia a la falla estructural del Otro, vale decir que su propio significante le falta al Otro, que esté forcluído, indica que es un hecho de estructura, por tanto una generalización. La ley general es que eso falle, y de hecho lo hace, lo cual es demostrado por Lacan a partir de los borromeos. De este modo el NP responsable de la forclusión originaria pone en movimiento la estructura cuyas modalidades son contingentes, basta comprobarlo en el caso de la fobia de Juanito, de la histérica Dora o del psicótico Schreber, heterogeneidad que la clínica enseña. Falla por cuanto la separación que su intervención posibilita es un desgarro, no un corte quirúrgico. Esto se debe a que en tanto significante el NP no podría abarcar por completo la significación del deseo de la madre. El concepto de alineación encuentra aquí su sentido fuerte, que Lacan toma de Marx para dar cuenta de la separación del hombre respecto de su producto, al punto de no poder reconocerse en él. Lacan dirá que la alineación está en el origen de la constitución subjetiva pues el grito encuentra en el Otro primordial su traducción, su sentido. Así en la alineación el juicio de atribución proviene del Otro, ejerciendo un poder absoluto. Es la intervención del significante del NP que excluyendo uno de la serie (S1) permite que la cadena significante se forme y tenga movimiento por metáfora y metonimia. Porque hay uno fuera es que los S2 pueden ser llamados a ocupar el puesto del sucesor. A partir de esta operación el sujeto puede advertir la distancia entre lo que se le dice y lo que el Otro quiere, efectuándose como sujeto del inconsciente. Puede preguntarse qué hay más allá o más acá de lo que se le pide, esto es la separación del nivel de la demanda del nivel del deseo. Esta condición para que advenga el efecto sujeto dividido tiene como consecuencia un plus, resto imposible de simbolizar que será marca: El objeto a; representado como vacío en el vacío de la trama del fantasma como producto de la separación del Otro.

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Sin la separación entre los significantes no es posible preguntarse ¿Quién se es para el Otro? Correlativamente no aparece la creencia como efecto de sentido propiamente neurótico, porque frente a esta pregunta podría suceder como en la psicosis, una eterna vacilación. El neurótico en cambio dirá supongo que, ante la imposibilidad de dar una respuesta verdadera, puesto que lo que el Otro quiere no lo sabe ni él. El fenómeno de la creencia permite no solo tranquilizar al neurótico (fanático devorador de sentido) sino que habilita el deslizamiento de la cadena significante dando lugar a las distintas encarnaduras del objeto a. Cuando la forclusión es local y la cadena aparece holofraseada, no se produce la separación entre S1 y S2, vale decir, en lugar del intervalo aparece un sujeto coagulado, imposibilitado no solo de preguntarse ¿Qué quiere el Otro? sino también de decir que No al juicio de atribución que le viene del Otro, que es habilitante en cuanto permite refutarlo para discriminarse de él. Freud dice que la negación posibilita operaciones intelectuales que, de no ser por su intervención, resultarían imposibles. Esta función intelectual se separa del proceso afectivo, impotencia del ser que solo logra manifestarse a través del no ser.

El No proveniente de la incorporación de la ley como emblema obtenido por la renuncia a aquello que el padre proclama como su territorio, se constituye en el organizador del pensamiento y es la columna vertebral del juicio. Freud dice que la función del juicio de existencia solo se hace posible por la creación del símbolo de la negación. Sin pretensión de entrar en el tema y tomando textualmente a Elida Fernández en Las Psicosis y sus exilios cuando en relación al articulo de Freud de 1925 donde aproxima la conceptualización del juicio como sustituto intelectual de la represión, con el No como marca de origen, como función intelectual surgida del dinamismo de las mociones pulsionales primarias, se incluye la idea de que a partir de una situación primitiva se produce un desarrollo y una transformación. El juicio se polariza siguiendo la dinámica de las pulsiones. Hyppolite marca una diferencia de nivel, mientras que la afirmación (lo placentero del objeto primordial es introyectado como atributo) es una sustitución de la unificación perteneciente al Eros; la negación como rechazo a acoger lo displacentero, lo ajeno al yo, surgiría como una consecuencia de la expulsión perteneciente a la pulsión de muerte. Elida Fernández dice que darle a la negación el rango de una consecuencia implica (tal como aparece en Freud) afirmar que no es lo mismo que la pulsión de destrucción, ni siquiera su sustitución. Pero siguiendo la dinámica de la pulsión se podría pensar la negación como un destino de ésta. Si en su destino la pulsión se encuentra con el significante, lo que sucede es del orden de la creación. Creación de un símbolo, el de la negación, representante directo de la prohibición que la función paterna ejerce en la estructura. La negación posibilita al sujeto en tanto deseante, por la operación de la metáfora paterna que indica el lugar de la barradura del Otro como alojamiento posible. La negación que tiene como condición previa la dialéctica Afirmación primordial-expulsión atañe a aquello que a través del juicio de existencia permite al sujeto un acceso al objeto sustitutivo y por tanto es un hecho de palabra. El símbolo de la castración que la ley paterna impone puede así quedar o bien del lado de lo Simbólico (Afirmación primordial) y por tanto abierto a la dialectización o del lado de lo Real (Forclusión) y como dice Lacan lo que no tiene acceso a lo Simbólico retorna en lo Real por tanto no está a disposición del sujeto al no poder operar dialécticamente con él.

No hay por supuesto, dice Lacan, ninguna necesidad de un significante para ser padre, como tampoco para estar muerto, pero sin significante nadie, de uno u otro de esos estados del ser, sabrá nunca nada.

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