Mujer ¿castrada?

Respecto de la mujer, Freud, cuidadoso siempre del rigor lógico de su sistema, emite dos afirmaciones contradictorias. Una vez planteado el Edipo y, en su centro, como el nudo, el complejo de castración, afirma:

Que a una mujer no se la puede castrar, ya que carece del órgano en el que recae la operación. Por lo tanto para Freud la mujer no está castrada.
Pero también afirma: que por carácter del órgano sobre el que efectuar la operación, la mujer, de antemano, desde siempre, es un ser castrado, aún inferior, minusválido: Por lo tanto para Freud una mujer está castrada.
Mi pregunta y punto de partida de este trabajo es si nos enfrentamos a un error lógico de Freud. Para encarar una respuesta desplegaré una lectura del Edipo descubierto por Freud en articulación con la teoría de Lacan, y tomaré, del primero, la idea de ir presentando la sexuación femenina en contrapunto con la del varón.

Sabemos que niña y niño entran indistintamente en el Edipo por la operación que hace equivaler todo su cuerpo a lo que falta en la madre. Todo el cuerpo es entonces un órgano de goce materno. Goce totalizado, ilocalizable, ilimitado. Para la madre, de la cual se supone ya haber pasado por el Edipo, al cabo del cual llegó a desear a un niño que será órgano de su goce y puede denominarse falo.

En ese tiempo de simbiosis dinámica -para denominarlo según algunos autores- prepondera el goce materno y debe terminarse con la disrupción de lo que se ha dado a llamar la pere-versión, una versión hacia el padre. Este se arroga la prerrogativa exclusiva del goce de la madre, es decir de toda la mujer, e incluso de todas las mujeres.

El prestigio del padre, que porta ese órgano ejecutor: el pene, pacificará las relaciones del infans con la madre; pero no sólo pacificará, el término pere-versión … subraya otro aspecto: también a él, el niño se le ofrece para ser gozado, y la oferta a este padre también pude ser calificada de sacrificial.

Niño y niña por igual han negativizado su cuerpo, gracias al padre, como ofrecido al goce de la madre y el desacuerdo entrará a tallar cuando ingresen en el Edipo y ese falo se haga cargo de condensar el goce y la prohibición.

El padre gozador prepara, con su inclusión en el Edipo, la salida del niño varón. Salida necesaria, ya que, de ofrecerse como objeto de ese padre, que no es sólo pacificador, sino que invita a la sumisión y pasividad, el niño varón debería arriesgar, si se feminizara para él, el órgano cuyo valor acaba de conocer a través del padre. Entonces arriesgaría una castración en el tener, la que completa el ciclo de la castración.

No debemos olvidar que, de volverse hacia la madre, la prohibición volvería a hacerlo perder el órgano que ahora aprecia tanto. Aquí Freud, donde la norma hace salir al niño del Edipo. No hay solución para un niño sino es saliendo del Edipo, a través del asesinato del padre con que el niño rivaliza en el lugar del goce que parece corresponderle sólo a él. Ahora, ¿que sucede con la niña una vez operada la pere-versión?

Aquí la articulación de ambos autores: Esta versión al padre opera el primer cambio que Freud señala en el camino de acceso a la femineidad: el cambio de objeto, de la madre al padre. Pero luego de este cambio objetal, Freud afirma que la niña no tiene salida, obviamente la oferta pasiva de un padre excepcional, un lugar seguro, frente a una madre que ha desilusionado a la niña por su falta del sobrevalorado pene -vale recordar la observación que hace Hans frente a su hermanita desnuda pobre, ya le va a crecer…

– Su entrada al Edipo es por efecto de demanda al padre por lo que ella no posee, acaba de comprender su minusvalía, lo que para Freud es un sin salida.

Para ella, según Freud, no hay motivo de salida, ya que, a diferencia del varón, ofreciéndose pasivamente al padre no pierde lo que ya no trajo al mundo, Freud nos dirá que pasivizándose ante esta figura excepcional conservaría su posición femenina.

Aquí mi pregunta: ¿una posición de excesiva pasividad es una posición femenina? Aquí la mujer freudiana clásica: enteramente infantil, demandante crónica de un falo que jamás podrá serle donado enteramente, un prototipo de la histérica. Para Freud, la salida a esto es la que el llama herencia cruzada masculina para no naufragar en la dependencia total.

Aquí una diferencia entre la mujer freudiana, como he dado a llamarla y la mujer lacaniana, de la cual podríamos preguntarnos… ¿qué más le pide al padre? Quizás, un secreto, la clave de la femineidad, ya que él goza de todas las mujeres, supone. La niña, debe saber algo importante al respecto.

Ahora, supongamos que la niña crece y este padre no es un puerto seguro, no es clave de femineidad, es una gran decepción, en casos saludables esta, ahora, mujer, ingresaría en duelo -con todas sus características, que podría pasar de ser duelo por el objeto, a ser ya no un duelo, ya que se desarrollaría en un espacio de estructuras sin objeto, donde el yo queda subsumido, presente pero sin función prevalente. Ppodríamos suponer que, ante la caída de esta figura excepcional (por ejemplo, no puede comprarle un par de zapatos, pensemos que lo viril en lo social resulta bastante limitado).

Decíamos que, ante la caída de esta figura excepcional, sobreviene una crisis de tal magnitud que hace al sujeto des – sujetarse y dudar de todo, duda existencial -decimos existencial para diferenciar la duda de objeto de la duda del ser, un yo asexuado, en suspensión según la definición de otro autor, instalado en la imaginación creativa que volverá a instalarse en lo relacional con nuevas estructuras.

Entonces si ese padre podía donarle el significante de su ser sexuado, será un duelo sobre la demanda, el pase de un padre excepcional a un otro, que en posesión de un significante que ella ya conocía, luego de la crisis, obtendrá otro rango, y quizás, de este modo, pueda acceder a un goce que le resultará, sin duda, asombroso.

A través de la des-objetivación de los vínculos, de las estructuras sin objeto, tendrá una relación no situable, no acotable, revelada ante el significante de falo conocido. Revelada así a la paradoja freudiana: la mujer está y no está castrada.