La sorpresa del síntoma

Psicoanálisis como síntoma en el fin de milenio

La temporalidad es el satán de la médula humana. Es un acontecer histórico, el que interroga al sujeto humano. Todo se funde para fundar un saber que no reconoce el abismo de las trivialidades. El hombre no tiene magia, sólo tiene fantasma. Lo indigno de lo viejo es el ejercicio activo de lo moderno. Oscar Wilde dice a lo largo de toda su obra: … Nada es tan peligroso como ser demasiado moderno. Uno puede volverse pasado de moda muy rápidamente… El psicoanálisis nos roba la cautela, Lacan dice los no incautos yerran; el mal–dito, el mal–dicho Freud nos rescató del abismo de las certezas, impredecible destino el que nos a–guarda detrás de los espejos quebrados del continente de sordos esqueletos, agobiados por la presunción de ser muertos. Freud negado y re–negado en la continua afirmación del solipsismo de destrucción de la vanguardia culturosa. Cremado su cadáver, nos condenó a desoír el silencio de las voces, a desenfocar la mirada y escandir el escucha. Tarea que nos marca el alma con palabras decidoras de lo horrendo del exilio. Subvertido sujeto propuesto por su espesura y densidad de hermetismo.

Freud, sus miércoles iniciáticos, su locura por extraer del desencuentro de sonidos alguna verdad a medias. Loco, dictador en su decir aforístico nos condenó… repito… a bucear eternamente entre los des–hechos de lo humano, a vivir exentos de compañías pudorosas. Freud, padre muerto, que habita el infierno del Dante. Que recorre la extensión absurda de la lengua hispana, su sinrazón y abrumadora apertura. De una lectura ingenua de lo anterior surge la destrucción sin piedad de toda garantía para los actos humanos. No se le ha de perdonar nunca al creador del psicoanálisis, como no se les ha perdonado a los poetas malditos, su obstinación por mostrar la cara oscura del alma humana, la cara que muestra la falta de instinto gregario, la cara que muestra, en definitiva, el destino del ser.

Un profano escucha el discurso psicoanalítico y solo tiene una alternativa… tomar la mayor distancia posible del asunto… el asunto de la afánisis y el des–ser. El psicoanálisis nos enseña que el yo, ese que nos habita, que nos ubica como espectadores delante de las cortinas del mundo, nos devuelve una visión triplemente tramposa. Nosotros afirmamos, como hermeneutas de un saber aforístico, tiranos legalistas de la ley del psiquismo, que el yo es la imagen percibida. El yo no sabe que en el centro de ese mundo de imágenes, está el falo imaginario, esto es, su propia esencia.

No sabe que es ser sexual. En psicoanálisis, la palabra sentido se reduce a uno solo, sentido sexual. Descorrer estos velos, anhelo del psicoanálisis, hace de ésta una tarea imposible… imposible de soportar, portar los blasones de un saber no todo, que abre, para des–ocultar, las paradojas del destino humano. Una estrategia para sorprender al objeto a en su guarida, es distinguir la mirada de la visión. La visión no es la mirada. El psicoanálisis, el descubrimiento Freudiano, desnuda al mundo y a las coordenadas de sus movimientos vinculares. Desvela re–velando, ya que afirma la visión con la estrategia de la mirada que se abre, descifrando la cosa con palabras que hacen corte allí, donde el fantasma abunda en cortinas de humo, se curte en sus triquiñuelas. La visión va de la imagen fálica a la imagen pregnante del mundo, la imagen de la cosa. La mirada va de una imagen provocadora que viene de la cosa hacia nosotros. Si leemos este fin de milenio como profanos, podemos pavonearnos con la consistencia que dan las palabras del mercado cultural.

Con la visión de una realidad anestesiante. El psicoanálisis presta su mirada a las palabras para labrar la tierra de nadie, la tierra del vacío, de ausencia, de voces. El psicoanálisis debe instaurarse, a pesar de los dueños de la cultura. A pesar de ser resistido hoy, en los albores del segundo milenio, tanto como en sus inicios. Nuestra tarea hoy es re–formular una teoría nueva sin novedad, una práctica vieja sin agonía, un decir montado en las espaldas de la des–ilusión. Suicidarnos en el crepúsculo de este tiempo pasado, siempre repetido, gastado hasta la infamia. Construir una nueva religión, si es necesario, para gestar desde allí el paradigma de una nueva ciencia, sostenida por una metodología y una práctica que no nos ridiculice. El psicoanálisis padece y parece una larga agonía, un largo bostezo de ese gigante que se durmió agotado de una lucha suculenta sin poder presenciar el efecto de su voz, efecto que aún yace bajo los estragos de la moral burguesa, tan burguesa hoy como ayer. Lo culturoso de un cifrado de modernismo recalcitrante y mortífero. Como señala Freud en sus escritos sobre la guerra, alguien que ocupa un lugar en la cultura es necesariamente un hipócrita.

Practicando el psicoanálisis según Lacan, nuestra tarea consiste en responder a la cuestión de intervenir como psicoanalistas, sin ser reducidos a la doxa de la ciudad. Podemos decir que vamos a ser espectadores activos del futuro, la humanidad aún no ha presenciado su futuro. Desoír el por–venir es el trabajo de hormiga que el saber universitario está realizando, que la cultura en boga está tramando cuidadosamente. Nos concierne, cierne sobre nosotros psicoanalistas, la mirada de su creador, decía que nos concierne la clandestinidad de ejecutar el mayor acto de misericordia y riesgo que haya realizado humano alguno. El aún no presente futuro que a–guarda, guarda nuestro objeto causa del deseo lacaniano, para rescatar del tacho de la basura el pasado de nuestra práctica.

Lacan dice: Podrían creer que están buscando el pasado en el cubo de la basura, mientras que al contrario, es porque el sujeto tiene un por–venir que podemos seguir en sentido regresivo. Año 2000, el futuro nunca vivido, que desconocemos, como la muerte, de la que nada sabemos, esa que no puede ser dicha con palabras. Esto significa que sólo el cuerpo abierto, de–construido, armado en el des–ser, podrá habitar el preámbulo de una noche de rodillas frente al abismo del milenio. Nosotros, sólo mortales, sólo prota–agonistas del viejo mundo, estamos por derecho propio excluídos del paraíso terrenal, del placer que nos afirma la piel con las llagas del infierno cotidiano.

Nietzsche dijo: … sed ladrones y conquistadores mientras no podáis ser gobernantes y propietarios, ¡Oh vosotros los amantes de la gaya ciencia … . Nos interrogamos sobre lo verdadero en tanto dirigido a alguna parte, es decir el sentido está en el por–venir. El por–venir de nuestra práctica, está en algún saber sobre los orígenes de la teoría. Sólo una situación de incomodidad y profundo horror puede permitir al hombre abrir las puertas de su saber más descarnado, sin huir de él. El mayo francés abre el objeto a de Lacan. El horror de un Mayo en nuestra ciudad, des–ocupación, políticos gastados, poderes que detentan poder sin estrategias… todo desnuda la empalagosa función de placebo de nuestro diario entorpecimiento. Mayo propiciador, anticipatorio, nace Freud con un origen que no perdona. Un origen imposible. Un pueblo que, como Freud mismo escribe a Arnold Zweig: arrastra consigo todas las falencias y los vicios de la cultura de la patria vieja, hasta el ámbito en que se debe levantar lo nuevo. El destino de las enseñanzas de Freud, es el de la incomodidad de lo insoportable. Mayo francés, y la paradojal presencia de la ausencia de Lacan en la política. Mayo de Freud, y la paradojal presencia de su ausencia en el conflicto judío… lugares éstos, que el psicoanálisis y quienes descarnadamente lo practicamos, estamos destinados a habitar, en su decir oscuro y hermético. La vida es un tránsito hacia la muerte que aguarda para desempacar nuestras maletas en el sentido de nuestro acontecer. La muerte y… la vida eterna, profundamente sostenida por toda teoría religiosa o mística reinante.

Como psicoanalistas, sabemos que el estado más indigno del hombre es la enfermedad y la muerte. La vida, en sentido decadente, nos lleva por los surcos del malentendido, repudiar el saber psicoanalítico, envejecer y morir prematuramente. Sostener el saber psicoanalítico, ser víctima del odio que genera su decir, aún en aquellos que se han alimentado de sus enseñanzas. Sostener la soledad y el desamparo que gesta la verdad y… sólo a medias. Cobardes, festejemos con el horror apropiado este futuro que a–guarda otro saber más… saber atrapado en el por–venir. Real de un futuro nunca inscripto. Año 2000, real futuro, incendiándose en el estallido de su longitud. El psicoanálisis carga con la tarea de descifrar los jeroglíficos de este suceso. Si bien es cierto, es un lugar común, que ya ha acontecido la muerte del psicoanálisis. En su provocación, vacío de sentido, llevó a la caída de la teoría. Como oposición, como efecto, el estilo cobró su dit–mansión, la producción de palabras que no agotan, acontecen de horror el capitoné de su textura. Las palabras son el martirio del decir, el martillo de verdades para tallar los contornos de una nueva casa para el psicoanálisis.

El compromiso de nuestro quehacer, es sostener como el maestro zen, la incomodidad y la soledad de alguna verdad posible. Soportar, ser soporte del horror que nos toca presenciar, del horror que no escatimamos. No me des paz, no quiero habitar los cementerios del lenguaje, quiero ser sor–prendida por los abismos del decir des–orientado. Lacan dice que la vida puede ser apostada, puede ser puesta en la balanza como postura. En el acto de apostar se renuncia a una vida, vida puesta para ser ofrecida. Es preciso el mayor de los cuidados con los términos de la apuesta, con la forma de operar con esos elementos en la clínica, el hombre no tiene otro deseo a lo largo de su vida que el de borronear, de con–fundir las condiciones de la apuesta. Lo que la clínica debe dejar al descubierto es la postura. Siempre se trata de la profunda soledad del sujeto humano. Ahora en relación con lo anterior, las reglas del juego, las leyes de la apuesta, las reglas que reglan la partida y hacen postura de la vida, aíslan de un modo puro la relación del sujeto con el significante. La sordera es la primera instalación del ser en el mundo. Será que toda insta–tala–ción es un modo de cercenar lo único posible de ser abarcado, aquello que no se sutura. Por esta vía se produce el partenaire. La conocida máxima Sadiana…franceses, un esfuerzo más…, trata de los modos de practicar bien el bien.

El psicoanálisis es una apuesta y un partenaire. Lacan subraya, que el psicoanálisis parte de la misma falta de donde surge la ciencia, pero su posición no es de indiferencia en tanto se compromete en la carencia central donde el sujeto se experimenta como deseo. Lacan apuesta al psicoanálisis, no se engaña, no huye del asunto, es Sadiano…Un esfuerzo más psicoanalistas. Sabe que es un partenaire cruel, una elección que lo lleva a perder la vida en la apuesta; Freud ya lo había observado, perder hasta la camisa en la partida (parte–ida, pérdida aceptada). Se pierde siempre una vida en la elección del partenaire. Se pierde siempre un partenaire en la elección de otro. Lacan apuesta, corre con el gasto, se apasiona, insiste, se juega hasta la camisa, subvierte el orden de su propio deseo y funda la fundación del psicoanálisis. Hace letra allí donde hay desierto de palabras. Digo corre con el gasto haciendo gesto de despedida, pierde la vida, muere con todo lo que insistiendo trastoca el estatuto del ser, ese que opera como garante y lo saca de su sustancia inmóvil.

Esta vida está inscripta en una nada respecto del infinito. Está hecha para apostar (presunción) pero con el mismo gesto se convierte en nada. Lacan dice: Estupidícese, quítese las envolturas, las del narcisismo, la imagen de sí. La pregunta por eso que resta es la postura. Lacan como Freud pagan cara su apuesta, mueren de un dolor que no se puede emancipar de sí, el dolor de esa humanidad. Humanidad, trazos con sangre escritos en la ventana de su apuesta, desangrados y sordos ofrecen el cuerpo y la vida por no jugarse la vida, por borrar las condiciones y desconocerlas para dar satisfacción al amo.

El invento de ellos nos dejó un saber, la vida se pierde en la vida, se vive sólo a costa de perder otras vidas. La vida se pierde, es resto, y el psicoanálisis sabe. La humanidad sigue gestando con los gestos de desprecio al saber que no sabe. Ese saber inconsciente, de la pulsación, ese que – por definición – la conciencia no puede abordar, ese que no es. Es mejor no saber, morir para la vida, vivir para el Nirvana precoz, por no apostar. Cargar con la imagen de sí, alimentarla, fetichizarla, ser esa imagen y gastar la vida con cuenta gotas. Psicoanalistas no muertos, reclama el psicoanálisis, reclaman los padres muertos. Psicoanalistas muertos, reclaman los vivos sociales. Desde la oscuridad el hombre alimenta su pasión por la ignorancia. Comienza ignorando, insiste en ignorar que sólo es para los otros, su afánisis, su desaparición. El hombre nada sabe de su saber, ese que le habilita saber sobre su no–ser, su desaparición como sujeto al sujetarse a lo cultural. Pero el cuerpo emite señales, no se calma con el placer que compra su silencio. El cuerpo percibe su profunda sordera y se quiebra, amontona sus huesos, desarticula su vida. Todo aparece en el final sin máscaras, reina el profundo sinsentido. El sentido común no rescata del des–atino. La convención, la coherencia, nada puede ya ordenar el caos, la con–fusión que reina en el cuerpo del hablante.

El destino es entonces, la muerte provocadora de un sentido. El hombre muere por razones internas, dice Freud, yo agrego, para dar sentido allí donde el sin–sentido lo condena. Allí donde no se inscriben palabras que nombren el vacío, el sujeto se sumerge en lo único que reconoce como espacio del vacío de sentido, la muerte. El cuerpo biológico, por estar su instalación montada a horcajadas del cuerpo de goce, sólo conoce un lugar y es ese. La legalidad acontece de furia su cárcel de mendicidad. La frágil conjetura de las palabras no dichas aborda al sujeto, este abandona su caparazón de piel y hueso, juega con las reglas de lo orgánico su infame juego. Juan está enfermo, padece… lo sorprendió una mañana el malestar. Anticipo de un fin que alivia del peso de una historia que no encuentra resolución adecuada. Sólo se muere de vergüenza, dice Lacan. El síntoma, soporte de la prematurez, fantasma que se vana–gloria de su atolondradicho. Trabajando, andando con las trabas en la corbata de un traje de vestir, traje que como lugar vacío viste orificios ampulosos, músculos de un discurso de amo. Decía que trabajando con pa–de–cientes H.I.V, teorizando la presencia del analista en la tarea con el puro goce del cuerpo. El síntoma orgánico, se impone con su atadura como lo real que aborda al sujeto para desmentirlo.

Dice la Dra. Ripari: El síntoma apresa al individuo en sí mismo. En el si mismo, en el en–si–misma–miento, se miente acerca del deseo. Lo hurtado al objeto a viene a ser lo que suple. En la piel arde el síntoma –cópula infame– que deja fuera el goce de un cuerpo incapaz de incomodarse por su vacío. El cuerpo no apresado es un cuerpo mas allá de la sed y la procreación. Incluso de la pronunciación. Es el cuerpo de goce. Engañado el sujeto, considera el devenir como la fluida continuación de lo que conoce. Arrancarse la piel y el apellido, arrancarse la carne y el nombre propio es la utopía del psicoanálisis. Dice Lacan: Si los significantes no estuvieran para sostener esa ruptura, esas fragmentaciones, esos desplazamientos, esas perversiones, esos aislamientos del deseo humano, este no tendría ninguno de los caracteres que hacen el fondo del material significativo que el análisis brinda. …el análisis partió precisamente de una renuncia a toda toma de partido en el plano del discurso común, con sus desgarramientos profundos en lo tocante a la esencia de las costumbres y al estatuto del individuo en nuestra sociedad, partió precisamente de la eviatación de ese plano. Se atiene a un discurso diferente, inscripto en el sufrimiento mismo del ser que tenemos frente a nosotros, ya articulado en algo que le escapa, sus síntomas y su estructura. … El psicoanálisis pone la mira sobre el efecto del discurso en el interior del sujeto, en otro lugar. El psicoanálisis, entonces, puede leerse como el síntoma de la fallida comunicación.